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CÓMO NO CAER EN LAS GARRAS DE LA ACEDIA, NOS ENSEÑA FRAY LUIS DE GRANADA

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La acedia o acidia es el pecado que se opone directamente a la caridad o amor a Dios. Tiene dos comportamientos, el primero más grave:

 1) Es la tristeza de las cosas que alegran a los que aman a Dios, y se entristece de que haya alguien que lo ame. Santo Tomás de Aquino, la define como: "tristeza por el bien divino del que goza la caridad". La acedia es, pues, tristeza por un bien y por lo tanto es una especie de envidia. ¿Qué la distingue de la envidia en general? Que mientras la envidia es tristeza por cualquier bien terreno y genérico de la creatura, la acedia es tristeza por el bien divino, ya sea en Dios mismo ya en sus creaturas.

2) La acedia es igualmente enfriamiento o entibiamiento del fervor de la caridad. Es una flojedad y caimiento del corazón para bien obrar: y particularmente es una hastío de las cosas espirituales. Como se dice en el Apocalipsis: "tengo contra ti que has perdido tu amor de antes" (Apoc. 2,4); "puesto que no eres frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca" (Apoc. 3,16). De este segundo estado no es difícil pasar al primero.

¿CÓMO COMBATIR LA ACEDIA?

Fray Luis de Granada nos lo enseña en su Guía de pecadores, refiriéndose fundamentalmente al segundo tipo de acedia para, así, no llegar al primero:

"Cuando este torpe vicio tentare tu corazón, puedes armarte contra él con las consideraciones siguientes. Primeramente considera cuántos trabajos pasó Cristo por ti desde el principio hasta el fin de su vida; cómo pasaba las noches sin sueño, haciendo oración por ti; cómo discurría de una provincia a otra enseñando y sanando los hombres; cómo se ocupaba siempre en las cosas que pertenecían a nuestra salud, y sobre todo esto, cómo en el tiempo de su pasión llevó sobre sus sacratísimos hombros, cansados de los muchos trabajos pasados, aquel grande y pesado madero de la cruz. Pues si el Señor de la majestad tanto trabajó por tu salud, ¿cuánto será razón trabajes tú por la tuya? Por librarte de tus pecados padeció aquel tan tierno Cordero tantos y tan grandes trabajos, ¿y tú no quieres sufrir aun los pequeños por ellos? Mira también cuántos trabajos sufrieron los Apóstoles cuando fueron por todo el mundo predicando; cuántos padecieron los mártires, cuántos los confesores, cuántos las vírgenes, cuántos todos aquellos Padres que vivían apartados en los desiertos, y cuántos finalmente todos los santos que ahora reinan con Dios, por cuya doctrina y sudores la fe católica y la Iglesia se dilató hasta el día de hoy.

"Considera junto con esto cómo ninguna de todas las cosas criadas está ociosa: porque los ejércitos del cielo sin cesar cantan loores a Dios: el sol, y la luna, y las estrellas, y todos los cuerpos celestiales cada día dan una vuelta al mundo para nuestro servicio. Las yerbas, los árboles, de una pequeña planta van creciendo hasta su justa grandeza. Las hormigas juntan granos en sus cilleros en el verano, con que se sustentan en el invierno. Las abejas hacen sus panales de miel, y con grande diligencia matan los zánganos negligentes y perezosos: y lo mismo hallarás en todos los otros géneros de animales. Pues ¿cómo no tendrás tú vergüenza, hombre capaz de razón, de tener pereza, la cual aborrecen todas las criaturas irracionales por instinto de naturaleza? De la misma manera si los negociadores de este mundo pasan tantos trabajos para juntar sus riquezas perecederas (las cuales después de ganadas con muchos trabajos, han de guardar con muchos peligros) ¿qué más razón para ti, negociador del cielo, para adquirir tesoros eternos que para siempre durarán?

"Mira también que si no quieres trabajar ahora cuando tienes fuerzas y tiempo, que por ventura después te faltará lo uno y lo otro: como cada día vemos acaecer a muchos. El tiempo de la vida es breve, y lleno de mil estorbos; por tanto, cuando tuvieres oportunidad para bien obrar, no lo dejes por pereza, porque vendrá la noche, cuando nadie podrá obrar.

"Mira también que tus muchos y grandes pecados piden grande penitencia y grande fervor de devoción para satisfacer por ellos. Tres veces negó S. Pedro (Mateo XXXVI), y todos los días de su vida lloró aquel pecado, puesto que ya estaba perdonado. María Magdalena hasta el postrer punto de su vida lloró los pecados que había cometido, puesto que había oído aquella tan dulce palabra de Cristo: Tus pecados te son perdonados. Y por abreviar dejo de referir aquí otros que acabaron la penitencia con la vida, de los cuales muchos tenían más livianos pecados que tú. Pues tú que cada día acrecientas pecados tras pecados, ¿cómo tienes por grave el trabajo necesario para satisfacer por ellos? Por tanto en el tiempo de la gracia y de la misericordia trabaja por hacer frutos dignos de penitencia, para que con los trabajos de esta vida redimas los de la otra. Y dado que nuestros trabajos y obras parezcan pequeñas, pero todavía, en cuanto proceden de la gracia, son de grande merecimiento: por donde en el trabajo son temporales, y en el premio eternas: breves en el espacio de la carrera, y perpetuas en la corona. Por lo cual no consintamos que este espacio de merecer se nos pase sin fruto, poniendo ante nuestros ojos el ejemplo de un devoto varón que todas las veces que oía el reloj, decía: ¡Oh Señor Dios mío, ya es pasada otra hora de las que Vos tenéis contadas de mi vida, y de que tengo que daros cuenta!

"Si alguna vez nos viéremos cercados de trabajos, acordémonos que por muchas tribulaciones nos conviene entrar en el reino de Dios (Hechos. XIV), y que no será coronado sino aquél que varonilmente peleare. Y si te parece que mucho tienes peleado y trabajado, acuérdate que está escrito: El que perseverare hasta el fin, será salvo. Porque sin perseverancia, ni la obra es finalmente fructuosa, ni el trabajo tiene premio, ni el que corre alcanza victoria. Por lo cual no quiso el Salvador bajar de la cruz (Marcos XV) cuando se lo pedían los judíos, por no dejar imperfecta la obra de nuestra redención. Por tanto, si queremos seguir a nuestra cabeza, trabajemos con toda diligencia hasta la muerte, pues el premio del Señor dura para siempre. No cesemos de hacer penitencia, no cesemos de llevar nuestra cruz en pos de Cristo: porque de otra manera, ¿qué nos aprovechará haber navegado una muy larga y próspera navegación, si al cabo nos perdemos en el puerto?

"Y no nos debe espantar la dificultad de los trabajos y peleas; porque Dios que te amonesta que pelees, te ayuda para que venzas, y ve tus combates, y te socorre cuando desfalleces, y te corona cuando vences. Y cuando te fatigaren los trabajos, toma este remedio: no compares el trabajo de la virtud con el deleite del vicio contrario, sino la tristeza que ahora sientes en la virtud, con la que sentirías después de haber pecado, y la alegría que puedes tener en la hora de la culpa, con la que tendrás después en la gloria: y luego verás cuánto es mejor el partido de la virtud que el de los vicios. Vencida una batalla, no te descuides; porque muchas veces (como dice un sabio) nacen descuidos del buen suceso; antes debes estar apercebido, como si luego hubiesen de tocar la trompeta para otra: porque ni la mar puede estar sin ondas, ni esta vida sin tentaciones. Y además de esto, el que comienza la buena vida, suele ser más fuertemente tentado del enemigo; el cual no se precia de tentar los que posee con pacífico señorío, sino los que están fuera de su jurisdicción. Así que en todo tiempo has de velar y siempre estar alerta y armado en cuanto estuvieres en esta frontera. Y si alguna vez sintieres tu ánima herida, guárdate de cruzar luego las manos y arrojar las armas y el escudo y entregarte al enemigo; antes debes imitar a los caballeros esforzados, a los cuales muchas veces la vergüenza de ser vencidos, y el dolor de las heridas, no solamente no hace huir, más antes los incita a pelear. De esta manera cobrando nuevo esfuerzo con la caída, verás luego huir aquéllos de quien tú huías, y perseguirás a los que te perseguían. Y si por ventura (como acontece en las batallas) otra vez fueres herido, ni aun entonces has de desmayar, acordándote que ésta es la condición de los que pelean varonilmente, no que nunca sean heridos, más que nunca se rindan a sus contrarios. Porque no se llama vencido el que fue muchas veces herido, sino el que siendo herido, perdió las armas y el corazón. Y siendo herido, luego procura de curar tu llaga: porque más fácilmente curarás una llaga que muchas, y más ligeramente curarás la fresca que la que está ya enquistada.

"Cuando alguna vez fueres tentado, no te contentes con no obedecer a la tentación, más antes procura sacar de la misma tentación motivos para la virtud: y con esta diligencia, y con la divina gracia, no serás peor por la tentación, sino mejor: y así todo te servirá por tu bien. Si fueres tentado de lujuria o de gula, quita un poco de los gustos acostumbrados, aunque sean lícitos, y acrecienta más los santos ayunos y ejercicios. Si eres combatido de avaricia, acrecienta más las limosnas y buenas obras que haces. Si eres estimulado de vanagloria, tanto más humíllate en todas las cosas. De esta manera por ventura temerá el demonio tentarte, por no darte ocasión de mejorarte y de hacer obras buenas: el cual siempre desea que las hagas malas. Huye cuanto pudieres la ociosidad, y nunca estés tan ocioso, que de esta ociosidad no saques provecho, ni tan ocupado que no procures por culpa de la misma ocupación levantar tu corazón a Dios y negociar con Él."



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