Con el decreto Cultus liturgicus, S.S. Pìo XII extendió a toda la Iglesia latina la fiesta litúrgica del Inmaculado Corazón de María, y asignó como día propio el 22 de agosto, que es la octava de la Asunción, y la elevó a rito de segunda clase. Este 22 de agosto marca para nosotros el inicio de un año especial, enteramente consagrado al Corazón Inmaculado de María y a la preparación del centenario de las apariciones en Fátima.
De este Corazón virginal de María salió la purísima sangre con que el Espíritu Santo formó el cuerpo sacratísimo de Jesús: este Corazón maternal de María palpitó siempre de amor ardentísimo a aquel su Hijo adorable, se dilató en sus alegrías, se oprimió en sus angustias, participó de sus mismos sentimientos y deseos, y fue la más perfecta semejanza de aquel Corazón divino. ¿Cómo no había de ser purísimo sobre toda pureza creada aquel Corazón de la Hija primogénita del Padre, exenta de toda mancha de culpa e inmaculada desde el primer instante de su concepción? ¿Cómo no había de ser santísimo aquel Corazón de la Madre del Hijo de Dios, habiendo recibido en su seno virginal al mismo autor y consumador de toda santidad? ¿Cómo no había de estar lleno de la caridad divina aquel Corazón de la Esposa del Espíritu Santo, enriquecida con todos sus soberanos dones, gracias y carismas?
Recordemos además para singular consuelo de nuestras almas, que este purísimo, santísimo y preciosísimo Corazón de María es por gran dicha nuestra el Corazón de nuestra Madre, de nuestra soberana Reina y de nuestra piadosísima Corredentora: y que por esta causa no solamente nos ama con maternal cariño, sino que también puede y quiere favorecernos con grandes beneficios, y señaladamente con aquellos que más se ordenan a nuestra eterna salud y gloria perdurable. Anímense los pobres pecadores, que en este Corazón maternal de la Virgen, que nos engendró en el Calvario, y nos adoptó por hijos en la persona del discípulo amado, hallarán un piélago de bondad y ternura inefable sin mezcla de rigor ni aspereza: y si tiemblan de la divina justicia, acójanse a la Madre del supremo Juez y a la misericordia de su Corazón maternal. Consuélense los pobres hijos de Eva, que en este Corazón de María, Reina y Señora de los cielos y de la tierra encontrarán abierto el tesoro de todas las gracias para el socorro de todas sus necesidades y el alivio de todas las aflicciones del cuerpo y del espíritu. Y nadie desespere de su eterna salvación por grandes que sean sus culpas, porque en el Corazón de María, nuestra misericordiosísima Corredentora, que nos amó con tal extremo, que por nosotros ofreció su divino Hijo al Eterno Padre, hallaremos todos los méritos que nos faltan para hacernos verdaderos hijos de Dios y coherederos de su Reino. Ninguno de los que con humildad y entera confianza acuden al amor del Corazón dulcísimo, magnífico y amorosísimo de María ha de temer la muerte perdurable.
Hoy, en honor a su Corazón Inmaculado, examinemos la piedad concreta que todos debemos tener hacia María.(Las siguientes líneas se inspiran principalmente del libro “Los grados de la vida espiritual” por Mons. Saudreau, T.1. p.283 y sig.)
l.° Confianza.
Seremos tanto más devotos de María cuanta mayor fuere nuestra confianza en Ella. ¿Hemos tenido en esta buena Madre confianza verdaderamente ilimitada? ¿Hemos comprendido que el verdadero hijo de María está seguro de su salvación, seguro de su santificación? ¿Hemos mirado esta devoción como uno de los medios más poderosos para adelantar en la piedad?
¿Qué hemos hecho particularmente para aumentar nuestra confianza? Hubiéramos podido meditar sus grandezas, recordar sus beneficios, leer algún libro compuesto en su honor – las Glorias de María de San Alfonso, las obras de San Luis María–, por fin, pedir a Dios que aumentara nuestra devoción a esta celestial Madre y nuestra confianza en Ella; ¿hemos empleado alguno de estos medios? La confianza en María es una gracia muy grande que sólo se logra con oración perseverante.
2.° Afecto filial.
¿La hemos tratado como un niño a su madre, contándole cuanto nos interesa, confiándole nuestras alegrías, nuestras penas, nuestras inquietudes, nuestros deseos; hablándole de nuestros defectos para que nos ayude a corregirnos y de las virtudes que nos son necesarias para que nos las alcance? Esta intimidad de hijo, con María, es condición esencial para nuestro progreso espiritual.
3.° Devoción constante.
¿Hemos acudido a Ella en todo, no emprendiendo cosa alguna sin encomendárselo? ¿Le hemos ofrecido nuestro trabajo para que Ella misma se dignase ofrecerlo a Jesús? ¿Le hemos ofrecido, asimismo, todas las obras? San Luis María de Montfort nos aconseja vivamente que todo lo ofrezcamos a María, declarando que esta práctica es infalible para llegar a una alta perfección. ¿La hemos particularmente invocado antes de confesarnos, de comulgar, suplicándole nos lleve como por la mano en estos grandes y santos actos?
Sobre todo, ¿hemos acudido a Ella en las tentaciones? Quien deja de mirar a María, especialmente en las tentaciones de sensualidad, cae infaliblemente. Quien la mira sin cesar encuentra fortaleza y perseverancia.
4.° Prácticas piadosas en honor suyo.
¿Qué lugar hemos dado a la oración diaria hacia esta buena Madre; y cómo hemos rezado las oraciones en honor suyo, el Santo Rosario, el Acordaos, el Ángelus, etc.? ¿Todos los días? ¿Con tiempo? ¿Buscando el momento adecuado? O raras veces, a las apuradas, haciendo otra cosa, sin atención verdadera.
¿Hacemos alguna vez novenas para alcanzar las gracias que nos son necesarias, por ejemplo, alguna virtud cuya falta más vivamente hubiéremos sentido? Para hacer más eficaces estas novenas y para mejor honrar a María, ¿hemos juntado a nuestras oraciones algunas prácticas de mortificación? “Oración y sacrificio” nos repite María en Fátima.
¿No hemos sido inconstante en nuestra devoción a esta buena Madre, acudiendo a veces a Ella con fervor y olvidándola luego y descuidando por completo dirigirle nuestras súplicas?
Hagamos con regularidad este pequeño examen de nuestra devoción mariana. Este año nos ofrece una oportunidad especial de dar a nuestra Madre el lugar que Ella quiere en nuestra vida. El lugar que se merece. El lugar principal. El lugar de honor.