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¿TU CORAZÓN ES TIERRA FÉRTIL A LA PALABRA O TERRENO ROCOSO?

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Reuniéndose una gran muchedumbre que de todas las ciudades acudía a él, dijo esta parábola: Salió el sembrador a sembrar su semilla; y al sembrar, parte cayó junto al camino, y fue pisoteada y se la comieron las aves del cielo (...). La semilla es la palabra de Dios. Los que están junto al camino son aquellos que han oído; pero viene luego el diablo y se lleva la palabra de su corazón, no sea que creyendo se salven (Lc 8,4-5 y 11-12).

Parte cayó sobre terreno rocoso y una vez nacida se secó por falta de humedad (...). Los que cayeron sobre terreno rocoso son aquellos que, cuando oyen, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíces; ellos creen durante algún tiempo, pero a la hora de la tentación se vuelven atrás (Lc 8,6 y 13).

Parte cayó en medio de las espinas y habiendo crecido con ella las espinas la sofocaron (...). La que cayó entre espinas son los que oyeron, pero en su caminar se ahogan a causa de las preocupaciones, riquezas y placeres de la vida y no llegan a dar fruto (Lc 8,7 y 14).

Parte cayó en la tierra buena, y una vez nacida dio fruto al ciento por uno (...). Son los que oyen la palabra con un corazón bueno y generoso, la conservan y dan fruto mediante la paciencia (Lc 8,8 y 15).

Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a los oyentes de Jesús dos mil años atrás. Nos recuerda que nosotros somos el terreno donde el Señor lanza incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposición la acogemos? ¿Cómo está nuestro corazón? ¿A qué terreno se parece: a un camino, a un pedregal, a unas zarzas? Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero formado y cultivado con cuidado, para que pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos.

Si queremos y somos dóciles, el Señor está dispuesto a cambiar en nosotros todo lo que sea necesario para transformarnos en tierra buena y fértil. Hasta lo más profundo de nuestro ser, el corazón, puede verse renovado si nos dejamos arrastrar por la gracia de Dios, siempre tan abundante.

Examinemos si estamos correspondiendo a las gracias que el Señor nos está dando, si aplicamos el examen de conciencia y la Confesión frecuente. Si preparamos el alma para recibir las inspiraciones de Dios...

Nadie se condena sin culpa personal. En uno está dejar que las espinas sofoquen y apaguen la Palabra que busca salvarnos o bien, ser esa tierra fértil y buena que la acoge  y, así, de esta manera, la simiente -que siente la caricia del terruño- abra sus entrañas a la Vida.

Tema relacionado: http://www.catolicidad.com/2009/05/el-labrador.html


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