- UNA CUALIDAD DESECHADA.
- URGE UNA CRUZADA PARA RESCATARLA.
La cortesía se asemeja a los papelillos con que se rellenan las cajas para embalar porcelana: “al parecer, los papelillos para nada sirven; pero sin ellos se rompería la porcelana”. Lo más fino, lo más diáfano, lo más exquisito del vivir, se haría pedazos sin esta suave inutilidad de la cortesía. Ella resguarda y pone a salvo la porcelana de la convivencia y del espíritu.
Ya sabemos que nadie es perfecto. Sabemos que nosotros mismos no lo somos. Y así como nos resulta grato que los demás disimulen benévolos nuestras fallas y busquen nuestro lado favorable, debemos tomar ante los otros la misma actitud y brindarles el mismo bienestar.
Ya sabemos que nadie es perfecto. Sabemos que nosotros mismos no lo somos. Y así como nos resulta grato que los demás disimulen benévolos nuestras fallas y busquen nuestro lado favorable, debemos tomar ante los otros la misma actitud y brindarles el mismo bienestar.
Es ineludible que haya personas que nos molesten, reuniones y circunstancias que nos fastidien. La cortesía mediocre manda que no externemos allí tales sentimientos. Pero la cortesía superior manda que no los externemos ni allí ni después: ni en presencia ni en ausencia. La mediocridad de la cortesía se queda en lo primero; la superioridad de la cortesía lo abarca todo...
Lo que piden la urbanidad y los buenos modales: ceder el asiento, dar la acera, hablar sin gritos, comer con pulcritud, no interrumpir, no disputar; todo lleva en el fondo este espíritu: evitar molestias a los demás, patentizarles deferencia.
DE LA MISMA RAÍZ TOMA SU JUGO EL HEROÍSMO
Y lo que es cortesía en lo pequeño, en lo grande es heroísmo. El propio espíritu que nos mueve a tomar la molestia que le quitemos al prójimo, nos empuja a salvarle la vida con riesgo de la nuestra. El que deja su asiento para aliviar al que se cansa, es, en germen y signo, el que se arroja al mar para ayudar al que se ahoga. De la misma raíz toman su jugo y su eficacia, esta cosa minúscula que llamamos cortesía y esa cosa imponente que llamamos heroísmo.
Hay en nuestra tradición y en nuestro pueblo un estilo profundo de cortesía, fruto de la hidalga caballerosidad española y de la blanda figura indígena.
Descansa el alma en esa benignidad hospitalaria, en esa suavidad acogedora de nuestra provincia y de nuestros campos. Aun la miel del diminuto denuncia en el exceso, la dulce propensión. Por los hondos caminos de México nos acaricia siempre la canción del saludo al desconocido. No hay humilde casita que no brinde su agua y su sombra al que pasa, que no fraccione su pobre manjar con el que llega. La dignidad y la finura, esencias de una secular tradición y de una cultura entrañable, embeben todavía las tierras más profundas de la patria.
Don Alfonso Junco Historiador y escritor mexicano |
Causa pena, en las nuevas generaciones, la falta general de nobles modales: gritos y estridencias en el cine, burdos comentarios en alta voz, pies sobre el asiento. Ni consideración para las damas ni miramiento para nadie. Se mascan el chicle y la ordinariez.
¿No nos vendría bien una cruzada por la cortesía? En la escuela, en la radio, en la televisión, en la prensa ¿No podríamos infundir y difundir el valor a estos sumos valores inmateriales, el apego a esta egregia tradición de nuestra estirpe?
Sin amaneramiento. La verdadera cortesía es sencilla y natural como la elegancia verdadera. Más que una forma, un espíritu. Busca dignificar la convivencia. Dulcificar la convivencia. Con la suave inutilidad de los papelillos, salvar la porcelana.