El Evangelio nos cuenta que Nuestro Señor subió a una pequeña barca acompañado de sus discípulos. Estaban navegando por el mar de Tiberíades, el cual estaba tranquilo, tanto así que Jesús se quedó dormido; pero de repente se levantó una terrible tempestad: El cielo se oscureció, el mar se comenzó a agitar, las olas se hicieron cada vez más grandes y comenzaron a inundar la pequeña barca. Y Jesús seguía dormido profundamente, estaba cansado después de un día de intenso apostolado.
Los apóstoles estaban aterrorizados, hacían hasta lo imposible para evitar que la barca se hundiera y remaban para llegar a la orilla. La pequeña barca ya estaba casi cubierta por las olas y ante el peligro inminente de hundirse, despertaron a Nuestro Señor y le dijeron: “¡Señor, sálvanos que perecemos!” Jesús les contestó: “¡Hombres de poca fe! ¿por qué teméis? Y Jesús, sin turbarse, se levantó e imperó a los vientos y al mar, y al punto sobrevino una gran bonanza: el mar quedó tranquilo y el viento dejó de soplar.
La vida es como un mar que debemos atravesar. Nuestra alma es la pequeña y frágil barca. La orilla, la ribera a donde debemos llegar es el cielo. Pero, más frecuentemente que en el mar, a nuestro alrededor, se levantan las tempestades de las tribulaciones, de las tentaciones, de las pruebas y humillaciones. Y a veces son tan fuertes estas tempestades que en momentos parecen hundirnos y llevarnos a la angustia y a la desesperación. Y nosotros, hombres de poca fe, perdemos la confianza en Dios y quizás llegamos a enojarnos y a quejarnos contra Él. Y Quizás llegamos a pensar: “¡qué difícil es salvarse! ¡es prácticamente imposible ser santos!”.
Pero Dios nos ha dado un gran medio para poder soportar toda clase de tribulaciones, tentaciones, pruebas y humillaciones, y de poder aspirar a la santidad: es el ejemplo de los santos (ayer hemos festejado la Fiesta de todos los santos).
La vida de los santos ha estado llena de miserias: ellos eran de carne y huesos como nosotros; sufrieron nuestras mismas tentaciones (y aún peores). Muchos de ellos fueron grandes pecadores, llegaron a tener grandes vicios pero supieron acudir a Nuestro Señor, supieron despertarlo con sus oraciones, con sus lágrimas, con sus gemidos, y por eso Jesús se levantó e imperó a los vientos y a las tempestades que los amenazaban. Y así, poco a poco, se vieron libres de sus miserias y llegaron a ser grandes santos.
Repasemos un poco algunos aspectos de los santos, consideremos que muchos de ellos tuvieron grandes miserias, pero supieron superarlas. Veamos lo que eran antes y lo que llegaron a ser después.
TEMPESTAD DE LA IMPUREZA:
MARÍA MAGDALENA.- Fue una gran pecadora pública, su vida respiraba solo impurezas, se dice que ella tenía dentro siete demonios.
Santa María Magdalena |
Pero supo acudir a Nuestro Señor, echarse a sus pies, llorar sus pecados y pedir misericordia. Se alejó del mundo y se fue a vivir a una cueva por 30 años y allí hizo penitencia durante todo el resto de su vida. Llegará a ser una gran santa, amará como pocas personas a Nuestro Señor y se convertirá en patrona de todos los penitentes.
.Y ahora existen múltiples templos en todo el mundo dedicados a esta gran santa.
AGUSTÍN.- Fue también un gran pecador, su juventud estaba llena de impurezas que hasta llegó a tener un hijo con alguna mujer y le costó mucho trabajo dejar este vicio, pasaron muchos años antes de poder vencerlo:
"Deseaba y ansiaba la liberación, sin embargo seguía atado al suelo, no por cadenas exteriores, sino por los hierros de mi propia voluntad. El Enemigo se había posesionado de mi voluntad … de la perversión de la voluntad había nacido la lujuria y de la lujuria, la costumbre y la costumbre a la que yo no había resistido, había creado en mí una especie de necesidad cuyos eslabones, unidos unos a otros, me mantenían en cruel esclavitud”.
Y le decía a Dios que pronto iba a salir de su vicio: “Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo. Pero ese 'pronto' no llegaba nunca, las dilaciones se prolongaban, y el 'poco tiempo' se convertía en mucho tiempo".
En sus precedentes intentos de conversión, Agustín había pedido a Dios la gracia de la continencia, pero con cierto temor de que se la concediese demasiado pronto: "En la aurora de mi juventud, te había yo pedido la castidad, pero sólo a medias, porque soy un miserable. Te decía yo, pues: 'Concédeme la gracia de la castidad, pero todavía no' porque tenía yo miedo de que me escuchases demasiado pronto y me librases de esa enfermedad y lo que yo quería era que mi lujuria se viese satisfecha y no extinguida". Pero Agustín no dejó de acudir a Nuestro Señor y con la gracia de Dios, logrará vencer sus miserias y llegó a ser un gran santo, y además Doctor de la Iglesia, uno de los cuatro más importantes de la iglesia latina.
TEMPESTAD DE LA IRA
San Francisco de Sales |
El santo Cura de Ars también tenía un carácter fuerte, pero lo supo dominar. Una vez, tuvo en su parroquia un compañero sacerdote que era insoportable, tanto que una vez el santo se enfermó por aguantarse una fuerte ira por algo que hizo su mal compañero.
TEMPESTAD DE LA AMBICIÓN
Los apóstoles llegaron a discutir entre sí, querían saber quién sería el mejor. Nuestro Señor los regañará: “Quien quiera ser el mejor, que se convierta en el servidor de los demás”. Y así lo hicieron, pues todos adquirirán una gran humildad y consumirán toda su vida por cuidar a sus ovejas.
También Cristóbal tenía mucha ambición. Como era muy fuerte, él quería servir al que fuera más poderoso. Así comenzó por servir al gobernador de su ciudad, pero después se dio cuenta de que el rey era más poderoso y sirvió al rey. Cuando se dio cuenta que el rey temía al diablo, se propuso servir a Satanás; y cuando, finalmente, se dio cuenta de que el diablo temía a la Cruz, servirá a Nuestro Señor para siempre. Así, lo que comenzó con una ambición desordenada, terminó en ayudarle para llegar a ser un gran santo, y llegó a ser el gran San Cristóbal, patrono de los transportistas y viajeros.
TEMPESTAD DE LA INCREDULIDAD
Santo Tomás era duro de cabeza, no quería creer en la Resurrección de Nuestro Señor, pero después adquirirá una gran fe y confianza en Él, que hará grandes milagros y dará su vida por Nuestro Señor. Lo atravesaron con una lanza mientras estaba de rodillas rezando.
TEMPESTAD DEL MIEDO
San Pedro tenía miedo de confesar a Nuestro Señor delante de una simple criada, pero después lo confesará delante de 4,000 y hasta 5,000 judíos, y les recriminará en su cara el pecado de deicidio.
Hubo también muchos hombres y mujeres que por miedo a la muerte renegaron de Nuestro Señor y ofrecieron incienso a los ídolos, pero después se arrepintieron y llegaron a ser mártires.
TEMPESTAD DE LA VANAGLORIA
El sacerdote Juan iba de camino a un pueblo a predicar un sermón. Tuvo tales pensamientos de vanagloria en querer agradar a la gente que Dios hizo que se cayera del caballo. Después adquirirá una gran humildad y será un gran santo, el gran SAN JUAN BOSCO.
TEMPESTAD DE LAS MUCHAS PREOCUPACIONES
Muchas mujeres se afanan por tantas cosas: la comida, la limpieza, la ropa, planchar, lavar. MARTA era igual pero supo acudir a Nuestro Señor y aprendió a trabajar sin perder lo más importante: el agradar y contemplar a Nuestro Señor. Llegará a ser una gran santa, SANTA MARTA, muy venerada por muchos.
TEMPESTAD DE LOS DEFECTOS
VERÓNICA era terriblemente inquieta, quería siempre imponer sus caprichos a los demás. Era iracunda. Una vez arremetió a patadas las costuras de otras muchachas porque no quisieron acompañarla a rezar el Santo Rosario. Una vez Nuestro Señor le dijo: “Verónica, tu corazón no es de carne, sino de acero”. Pero Verónica acudirá a Dios, luchará contra su carácter y llegará a ser una gran santa, amante de Nuestro Señor, de sus santas Llagas; será estigmatizada y entrará a la vida religiosa. Llegará a ser la gran SANTA VERÓNICA DE JULIANIS.
José, joven sacerdote, también tenía defectos. Una vez, le dolía mucho una muela; se quejó de ello, y porque su hermana le dijo que era un quejumbroso, él no se aguantó y le dio una bofetada. Mucho luchará contra sus defectos y llegará a ser un gran santo: SAN PÍO X.
ANDRÉS era un niño terrible, rebelde y molestón. Tanto que sólo lo soportaba su propia mamá. Cuando creció, fue un estudiante problemático y promotor de desórdenes. Lo encerraban para castigarlo y se escapaba; más tarde será muy mundano, le gustarán los bailes y las fiestas. Pero también supo acudir a Nuestro Señor y con la gracia de Dios y fuerza de voluntad, llegó a enmendarse. Se convertirá en sacerdote, párroco, fundará una comunidad de religiosas y llegará a ser un gran santo: SAN ANDRÉS DE FOURNET.
TEMPESTAD DE LOS ESCRÚPULOS
Un joven religioso era muy escrupuloso, veía pecado donde no había, y esto hizo que comenzara a dejar la santa Comunión. Acudirá a Nuestro Señor y luchará con fuerza y llegará a ser un gran Santo: SAN BUENAVENTURA, escritor eclesiástico, Cardenal y Doctor seráfico de la Santa Iglesia.
TEMPESTAD DEL RENCOR
Juana no podía perdonar al asesino de su marido. Tanto luchó y se encomendó a Dios que al final lo logró y lo perdonó; hasta le pidió al asesino que fuera el padrino de uno de sus hijos. Cuando esto lo supo San Francisco de Sales, su director espiritual, se estremeció de emoción. Llegará a ser una gran santa: SANTA JUANA FREMIOT DE CHANTAL
TEMPESTAD DEL ODIO
San Juan Gualberto |
TEMPESTAD DEL AMOR A LOS VICIOS DEL JUEGO DE AZAR
Camilo era un vicioso, le gustaban los juegos de azar, todo lo apostaba, incluso sus vestidos. En 1574 apostó en las calles de Nápoles sus ahorros, sus armas, todo lo que poseía y perdió hasta la camisa que llevaba puesta. Pero acudió a Nuestro Señor y llegó a ser el gran San Camilo de Lelis, Patrono de los hospitales y enfermeros.
TEMPESTAD DE LA MUNDANIDAD
Jerónimo era un mundano. Le gustaba jugar, divertirse. Un día, cansado de esa vida mundana, acudirá a Nuestro Señor y llegará a ser el gran San Jerónimo Emiliano, el gran Patrono de los niños huérfanos.
CONCLUSIÓN
¡Qué consolador conocer estas cosas! Nosotros quizás también somos orgullosos, perezosos, vanidosos, rencorosos, mal geniudos y estamos llenos de defectos. ¡Pero no desesperemos! ¡Tenemos remedio!
Si los santos pudieron salir adelante, ¿por qué nosotros no? Este fue el pensamiento que movió a San Agustín a convertirse: “Si ellos pudieron, ¿por qué yo no?”
Acudamos a Nuestro Señor, despertémoslo con nuestras oraciones, con nuestras lágrimas, con nuestros gemidos. Él seguramente se levantará, imperará a los vientos de nuestras miserias y pecados, y pronto habrá gran bonanza. De esta manera podremos llegar a puerto seguro y no sólo al puerto de la salvación, sino al puerto de la santidad. ¡Todo es cuestión de decidirse en serio! ¡Atrévete!