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¿DE VERDAD ASPIRAS A ELLO?

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El que da a Dios su voluntad, se lo da todo; el que da limosnas da al Señor parte de sus bienes; el que se mortifica le da su sangre; el que ayuna le ofrece su alimento; pero el que le entrega su voluntad le da no sólo parte de lo que tiene, si no que se lo da todo.

Entonces puede con toda verdad decirle:

“Pobre soy, Dios mío, pero os doy todo lo que poseo, porque dándoos mi voluntad no tengo más que daros.” Esto es justamente todo lo que el señor pide de nosotros: “Hijo mío,” nos dice, “dame tu corazón”; esto es: tu voluntad. Dice san Agustín que no podemos hacer ofrenda más agradable a Dios que decirle: “Tomad, señor, posesión de mi, os doy toda mi voluntad; dadme a entender lo que de mí queréis, que pronto estoy a ejecutarlo.”

Si queremos colmar los deseos del corazón de Dios, procuremos en todo conformarnos con su santísima voluntad; y no sólo debemos conformarnos, sino también identificar nuestra voluntad con la suya; conformar nuestra voluntad con la de Dios es unir la nuestra con la suya; pero el identificarnos con ella exige más, exige que de la voluntad de Dios y de la nuestra hagamos una sola, de suerte que no queramos más que lo que Dios quiere, y nuestra voluntad sea la voluntad de Dios.

Esto es lo más subido de la perfección a la cual debemos siempre aspirar. A esto debemos enderezar todos nuestros deseos, todas nuestras meditaciones y plegarias. Esto es lo que debemos pedir por intercesión de nuestros Santos Patronos, por medio de nuestros Ángeles Custodios, y sobre todo por mediación de María, Madre de Jesús, la cual fue más perfecta que todos los Santos, porque estuvo unida con más perfección que ellos a la voluntad de Dios.

San Alfonso María de Ligorio
Del libro Conformidad con la Voluntad de Dios

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