Es una hermosa costumbre -auténticamente nuestra- que debemos conservar, o en algunos casos adquirir. Tiene un gran significado para preparar nuestros corazones para el nacimiento del Dios Niño. Deja, además, una huella imborrable en los infantes y es una catequesis visual para el espíritu muy clara de lo que celebramos los católicos en estas fechas.
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