Lo es, y lo es en grado sumo, el de muchas familias con sus enfermos, a quienes no disponen convenientemente, en caso de gravedad, para recibir los santos sacramentos.
Proporcionar los últimos socorros de la religión a los enfermos es, no sólo un acto de caridad meritoria a los ojos de Dios, sino también un deber sagrado que no se infringe sin incurrir en una responsabilidad terrible. Si uno se hace culpable de homicidio cuando deja morir de hambre a su semejante, ¿qué nombre dar al crimen horroroso de dejar perecer un alma por no suministrarle los auxilios de nuestra santa Religión?
Y, sin embargo, ¡cuántas veces nos muestra la experiencia que se comete este crimen aun por familias católicas! Sea por quiméricos terrores o sea por una inexcusable debilidad, se llama al sacerdote lo más tarde posible y a veces cuando el enfermo está ya destituido de los sentidos. No hablamos aquí de las familias que esperan ex-profeso a que el enfermo entre en agonía y que hacen de la religión una vana formalidad de pura conveniencia. ¡Apartemos la vista de tanta indignidad! Hablamos de esas familias, en las que aún queda bastante fe para considerar los sacramentos como cosas santas, para desear que los enfermos los reciban con disposición cristiana y en las que, sin embargo, no se les habla de confesarse sino después que se ha perdido toda esperanza de curación. ¿Y qué sucede a menudo en este caso? Se vacila todavía, se dilata el momento; los terribles síntomas se declaran; entonces se apresuran, corren en busca de un sacerdote, pero llegan tarde ¡todo ha concluido! ¡No permita Dios que seáis tratados así en vuestra última hora!
Pero, ¿qué es lo que detiene en el cumplimiento de esta misión sagrada? — “No me atrevo a hablarle de un sacerdote”, decís, “temo asustarle”. —Y aun cuando se asustase, ¿preferís exponer su alma a la condenación eterna o a una larga expiación, en el purgatorio? ¡Asustarle! Pues si durmiese al borde de un abismo o en una casa invadida por las llamas, ¿vacilaríais en despertarle por no asustarle?
Decís, que llamaréis al sacerdote, cuando el enfermo lo pida. ¿Pero ignoráis, que rara vez se dan cuenta los enfermos de su gravedad? Vuestro es el deber de preparar al enfermo, para que reciba a tiempo los auxilios religiosos. Acudid con tiempo a vuestra parroquia o al sacerdote conocido, que os facilitará el cumplimiento de este grave deber.
Desterrad de vuestra mente la falsa preocupación de que el enfermo se asustará si le habláis de sacramentos.
La experiencia enseña, que el enfermo sabe, que el sacerdote viene a llenar a su lado el más dulce y benéfico de todos los ministerios, a purificar y consolar su alma, a traerle, en fin, en medio de las más crueles angustias, la paz y la dulzura de Jesucristo.
La primera diligencia que se ha de hacer cuando se advierta que un enfermo está de peligro, es llamar al párroco o al confesor, para que le administre los sacramentos de la Penitencia, Eucaristía y Extremaunción y le aplique la indulgencia plenaria en el artículo de la muerte (pocos, muy pocos conocen esta gran gracia. Exígela al sacerdote. Entérate haciendo clic aquí: http://www.catolicidad.com/2014/07/indulgencia-plenaria-la-hora-de-la.html).
Nota: En algunos países existen ligas, cuyos adherentes se comprometen a avisarse mutuamente en caso de enfermedad grave, para recibir a tiempo los auxilios espirituales. ¿Por qué no podrían establecerse, también aquí entre nosotros? O bien, comprometerse mutuamente a ello con dos o tres familiares. Otro aspecto a considerar es estar siempre en gracia santificante (confesado) antes de cualquier operación, aunque el riesgo sea bajo. No olvidemos que los mandamientos de la santa Madre Iglesia obligan a la Confesión cuando menos una vez al año (minimum minimorum) o si existe peligro de muerte. Por último, hay que constatar que el enfermo tenga siempre puesto su escapulario y si no se la ha impuesto, solicitarle al sacerdote que lo atiende que lo haga. Todo católico debería portarlo siempre.
¡Oh Madre de Piedad, escuchad benigna las súplicas de las familias cristianas, para que ninguno muera en sus hogares sin haber recibido El Santo Viático!