Porque no todos los deseos vienen del Espíritu Santo, aunque le parezcan al hombre razonables y buenos, difícil es discernir con certeza si es el espíritu bueno o un espíritu extraño quien te impele a desear las cosas; o si quien te mueve es tu propio espíritu.
Muchos se engañaron al fin, los cuáles al principio parecían guiados del espíritu bueno. Por eso, con temor de Dios y humildad de corazón se debe desear y pedir lo que se presente a la voluntad como deseable; y más que todo, se deben encomendar todas las cosas, renunciando a la voluntad propia, orando de esta manera: