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"ES PRECISO QUE HAYA HEREJÍAS; A FIN QUE SE DESTAQUEN LOS DE PROBADA VIRTUD": SAN PABLO

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San Pablo
Nos ha escrito un lector preocupado por un amigo suyo que se ha alejado de la Iglesia y de los sacramentos por causa de los escándalos de algunos sacerdotes modernistas. Su amigo le decía -entre otras cosas- que no volvería a confesarse, pues podría resultar que lo hiciera con un "homosexual". Este pobre hombre ha caído en la tentación del maligno que no le permite distinguir ni discernir correctamente. El demonio ataca a las personas de virtud moral por medio de trampas intelectuales como ésta. No pudiendo corromper su moral y una vida virtuosa, lanza la trampa por donde es más factible: las propias virtudes de la persona las convierte en un obstáculo para discernir. Les oscurece el juicio de tal modo que generalizan los defectos y pecados de unos a todos. No les permite distinguir muchos otros aspectos. Se atreven a juzgar la Religión (o a la Iglesia) por los malos clérigos, sin embargo nunca condenarían la Medicina por culpa de los malos médicos. Y ni siquiera se dan cuenta de esa paradójica incongruencia. Olvidan que un árbol al caer hace mucho ruido, pero que miles de árboles creciendo son silenciosos. Tampoco distinguen que hasta el peor pecador siendo sacerdote, no pierde por ello el carácter sacerdotal y todo lo que esto significa, aunque sea indigno de ello.

Ciertamente es lógico y recomendable alejarse de aquellos sacerdotes infieles a la moral católica, pero sin ignorar que conservan su poder sacerdotal. Más recomendable aún es apartarse de aquellos eclesiásticos (sacerdotes, obispos y cardenales) que se encuentren contaminados de herejías modernistas, pues nos pueden hacer perder la fe y arrastrarnos a sus gravísimos errores (doctrinales o morales). Todo ello está muy bien, pero nada tiene que ver con alejarse de la Iglesia Católica ni de la práctica de los sacramentos y de la oración.

Generalmente, en la diferentes épocas de la historia de la Iglesia, los clérigos inmorales o los heréticos han sido una minoría. Aunque es verdad que ha habido crisis como la provocada por la herejía arriana que parecía iba a contaminar a todos, al grado que San Jerónimo expresó que el mundo gimió al sentirse arriano. Así que la Iglesia está conformada no necesariamente por la mayoría sino por quienes conservan íntegra la fe de Cristo y de su Iglesia, por lo que San Atanasio señaló que era más importante conservar la fe que tener los templos (ver AQUÍ). Tan es así, que está profetizada en la Biblia que habrá una apostasía general, lo que implica que entonces pocos serán quienes conserven la verdadera fe. "¿Cuando vuelva encontraré fe en la tierra?", dijo Cristo. San Lucas xviii,8.

Es tan grave la actual crisis de la Iglesia que muchos opinan que esos tiempos ya se han iniciado. Sea esto como sea, las herejías de muchos no deben ser causa de detrimento en la fe del verdadero católico. Cristo ya nos advirtió que vendrían falsos pastores disfrazados con piel de oveja. Y nos lo advirtió precisamente para que no los sigamos y, también, para que no nos descontrole esto ni afecte nuestra fe ni nuestra esperanza. Dios no falla ni fracasa. Él estará con nosotros hasta la consumación de los siglos.

Don Félix Sardà
Dice el Padre Félix Sardà*: "El clérigo apóstata es el primer factor que busca el diablo para esta su obra de rebelión. Necesita presentarla en algún modo autorizada a los ojos de los incautos, y para eso nada le sirve tanto como el refrendo de algún ministro de la Iglesia. Y como, por desgracia, nunca faltan en ella clérigos corrompidos en sus costumbres, camino el más común de la herejía; o ciegos de soberbia, causa también muy usual de todo error; de ahí que nunca le han faltado a éste apóstoles y fautores eclesiásticos, cualquiera que haya sido la forma con que se ha presentado en la sociedad cristiana".

Esto no debe escandalizar a nadie. Recuérdese la sentencia del Apóstol Pablo, que no se olvidó de prevenirnos: "Es preciso que haya herejías, a fin de que se destaquen los de probada virtud entre ustedes" (1 Cor xi, 18-19). Es inevitable que en la lucha haya facciones, porque Jesús anunció que traería división (Mat. x, 34). La separación de unos y otros será sólo definitiva hasta el final (Mat xiii, 47-49). En tanto, en la lucha se corrobora y se manifiesta la fe de quienes de veras son de Cristo.

No hay, pues, motivo para perder la fe ni para alejarse de los sacramentos ni de la oración. Satanás sabe cómo tentar a cada quien. A unos los ataca por las pasiones, a los más virtuosos o sabios por el intelecto o por la soberbia. El objetivo es llevar al hombre al desánimo y a la desesperanza, y de ahí a la traición y abandono de su fe. Cada quien tiene un punto débil y por ahí ataca. De nuestra parte está conservar íntegra nuestra fe y nuestra catolicidad, y luchar para ser de los de probada virtud que no caen ni en la herejía ni abandonan su lucha por mantener esa fe católica íntegra. Esto es, ser de aquellos que los vendavales del error no los mueve, pues tienen fe en Cristo y en su Palabra que conocen, pues saben que los cielos y la tierra pasarán pero esa Palabra divina nunca pasará (Mt. xxiv, 35). 

A continuación transcribimos un texto del reconocido sacerdote don Félix Sardà y Salvany* (de su obra "El liberalismo es pecado"), donde se detalla todo esto:


MINISTROS CONTAGIADOS
"No está exento el ministro de Dios de pagar miserable tributo a las humanas flaquezas, y de consiguiente lo ha pagado también repetidas veces el error contra la fe.
¿Y qué tiene esto de particular, cuando no ha habido apenas herejía alguna en la Iglesia de Dios que no haya sido elevada o propagada por algún clérigo? Más aún: es históricamente cierto, que no han dado qué hacer ni han medrado en siglo alguno las herejías que no han empezado por tener clérigos a su devoción.
El clérigo apóstata es el primer factor que busca el diablo para esta su obra de rebelión. Necesita presentarla en algún modo autorizada a los ojos de los incautos, y para eso nada le sirve tanto como el refrendo de algún ministro de la Iglesia. Y como, por desgracia, nunca faltan en ella clérigos corrompidos en sus costumbres, camino el más común de la herejía; o ciegos de soberbia, causa también muy usual de todo error; de ahí que nunca le han faltado a éste apóstoles y fautores eclesiásticos, cualquiera que haya sido la forma con que se ha presentado en la sociedad cristiana.
Judas, que empezó en el propio apostolado a murmurar y a sembrar recelos contra el Salvador, y acabó por venderle a sus enemigos, es el primer tipo del sacerdote apóstata y sembrador de cizaña entre sus hermanos; y Judas, adviértase, fue uno de los doce primeros sacerdotes ordenados por el mismo Redentor.
La secta de los Nicolaítas tomó origen del diácono Nicolás, uno de los siete primeros diáconos ordenados por los Apóstoles para el servicio de la Iglesia, y compañero de San Esteban, protomártir.
Paulo de Samosata, gran heresiarca del siglo III, era obispo de Antioquía.
De los Novacianos, que tanto perturbaron con su cisma a la Iglesia universal, fue padre y autor el presbítero de Roma, Novaciano.
Melecio, obispo de la Tebaida, fue autor y jefe del misma de los Melecianos.
Tertuliano, asimismo sacerdote y elocuente apologista, cae y muere en la herejía de los Montanistas.
Entre los Priscilianistas españoles, que tanto escándalo causaron en nuestra patria en el siglo IV, figuran los nombres de Instancio y Salviano, dos obispos, a quienes desenmascaró y combatió Higinio; fueron condenados en un concilio reunido en Zaragoza.
El principal heresiarca que ha tenido tal vez la Iglesia fue Arrio, autor del Arrianismo, que llegó a arrastrar en pos de sí tantos reinos como el Luteranismo de hoy. Arrio fue un sacerdote de Alejandría, despechado por no haber alcanzado la dignidad episcopal. Y clero arriano lo hubo en esta secta, hasta el punto de que gran parte del mundo no tuvo otros obispos ni sacerdotes durante mucho tiempo.
Nestorio, otro de los famosísimos herejes de los primeros siglos, fue monje, sacerdote, obispo de Constantinopla y gran predicador. De él procedió el Nestorianismo.
Eutiques, autor del Eutiquismo, era presbítero y abad de un monasterio de Constantinopla.
Vigilancio, el hereje tabernero tan donosamente satirizado por San Jerónimo, había sido ordenado sacerdote en Barcelona.
Pelagio, autor del Pelagianismo, que fue objeto de casi todas las polémicas de San Agustín, era monje, adoctrinado en sus errores sobre la gracia por Teodoro, obispo de Mopsuesta.
El gran cisma de los Donatistas llegó a contar gran número de clérigos y obispos.
De éstos dice un moderno historiador (Amat, Hist. de la Iglesia de J. C.): "Todos imitaron luego la altivez de su jefe Donato, y poseídos de una especie de fanatismo de amor propio, no hubo evidencia, ni obsequio, ni amenaza que pudiese apartarlos de su dictamen. Los obispos se creían infalibles e impecables; los particulares en estas ideas se imaginaban seguros siguiendo a sus obispos, aun contra la evidencia".
De los herejes Monotelistas fue padre y doctor Sergio, patriarca de Costantinopla.
De los herejes Adopcianos, Felix, obispo de Urgel.
En la secta Iconoclasta cayeron Constantino, obispo de Natolia; Tomás, obispo de Claudiópolis, y otros Prelados, a los cuales combatió Sari (lerman, patriarca de Constantinopla.
Del gran cisma de Oriente no hay que decir quiénes fueron los autores, pues sabido es lo fueron Focio, patriarca de Constantinopla, y sus obispos sufragáneos.
Berengario, el perverso impugnador de la Sagrada Eucaristía, fue arcediano de la catedral de Angers.
Wycleff, uno de los precursores de Lutero, era párroco de Inglaterra; Juan Huss, su compañero de herejía, era también párroco de Bohemia. Fueron ambos ajusticiados como jefes de los Wiclefitas y Husitas.
Lutero
De Lutero sólo necesitamos recordar que fue monje agustino de Witemberg.
Zuinglio era párroco de Zurich.
De Jansenio, autor del maldito Jansenismo, ¿quién no sabe que era obispo de Iprés?
El cisma anglicano, promovido por la lujuria de Enrique VIII, fue principalmente apoyado por su favorito el arzobispo Crammer.
En la revolución francesa, los más graves escándalos en la iglesia de Dios los dieron los curas y obispos revolucionarios. Horror y espanto causan las apóstasías que afligieron a los buenos en aquellos tristísimos tiempos. La Asamblea francesa presenció con este motivo escenas que puede leer el curioso en Henrion o en cualquier otro historiador .
Lo mismo sucedió después en Italia. Conocidas son las apostasías públicas de Gioberti y fray Pantaleone, de Passaglia, del cardenal Andrea.
En España hubo clérigos en los clubs de la primera época constitucional, clérigos en los incendios de los conventos, clérigos impíos en las Cortes, clérigos en las barricadas, clérigos en los primeros introductores del Protestantismo después de 1869. Obispos jansenistas los hubo en abundancia en el reinado de Carlos III. (Véase sobre esto el tomo III de los Heterodoxos, por Menéndez Pelayo.)
Varios de éstos pidieron, y muchos aplaudieron en sendas pastorales, la inicua expulsión de la Compañía de Jesús. Hoy mismo en varias diócesis españolas son conocidos públicamente algunos clérigos apostatas, y casados inmediatamente, como es lógico y natural.
JUDAS
Conste, pues, que desde Judas hasta el ex-Padre Jacinto la raza de los ministros de la Iglesia traidores a su Jefe y vendidos a la herejía, se sucede sin interrupción. Que al lado y enfrente de la tradición de la verdad, hay también en la sociedad cristiana la tradición del error; en contraste con la sucesión apostólica de los ministros buenos, tiene el infierno la sucesión diabólica de los ministros pervertidos. Lo cual no debe escandalizar a nadie. Recuérdese a propósito de esto la sentencia del Apóstol, que no se olvidó de prevenirnos: Es preciso que haya herejías, para que se manifieste quiénes son entre vosotros los verdaderamente probados".

¿QUÉ CONDUCTA DEBE OBSERVAR EL BUEN CATÓLICO CON ESTOS MINISTROS? 
"Está bien, dirá alguno al llegar aquí. Todo esto es facilísimo de comprender, y basta haber medianamente hojeado la historia para tenerlo por averiguado. Mas lo delicado y espinoso es exponer cuál debe ser la conducta que con tales ministros de la Iglesia extraviados debe observar el fiel seglar, santamente celoso de la pureza de su fe así como de los legítimos fueros de la autoridad.
Don Félix Sardà y Salvany
Es indispensable establecer aquí varias distinciones y clasificaciones, y responder diferentemente a cada una de ellas.
1.º Puede darse el caso de un ministro de la Iglesia públicamente condenado como liberal por ella. En este caso bastará recordar que deja de ser católico (en cuanto a merecer la consideración de tal) todo fiel, eclesiástico o seglar, a quien la Iglesia separa de su seno, mientras por una verdadera retractación y formal arrepentimiento no sea otra vez admitido a la comunión de los fieles. Cuando así suceda con un ministro de la Iglesia, es lobo el tal; no es pastor, ni siquiera oveja. Evitarle conviene, y sobre todo rogar por él.
2.º Puede darse el caso de un ministro de la Iglesia caído en la herejía, pero sin haber sido aún oficialmente declarado culpable por la referida Iglesia. En este caso es preciso obrar con mayor circunspección. Un ministro de la Iglesia caído en error contra la fe, no puede ser oficialmente desautorizado más que por quien tenga sobre él Jerárquica jurisdicción. Puede, sin embargo, en el terreno de la polémica meramente científica, ser combatido por sus errores y convicto de ellos, dejando siempre la última palabra, o sea el fallo de la polémica, a la autoridad, única infalible, del Maestro universal. Gran regla, estamos por decir única regla en todo, es la práctica constante de la Iglesia de Dios, según aquello de un Santo Padre Quod semper quad ubique, quad ad omnibus. Pues bien. Así se ha procedido siempre en la Iglesia de Dios. Los particulares han visto en un eclesiástico doctrinas opuestas a las que se han enseñado comúnmente únicas sanas. Han dado el grito sobre ellas, se han lanzado a combatirlas en el libro, en el folleto, de viva voz, y han pedido de esta suerte al magisterio infalible de Roma el fallo decisivo. Son los ladridos del perro que advierten al pastor. Apenas hubo herejía alguna en el Catolicismo que no se empezase a confundir y desenmascarar de esta manera.
3.º Puede darse el caso de que el infeliz extraviado sea un ministro de la Iglesia, al cual debamos estar particularmente subordinados. Es preciso entonces proceder todavía con más mesura y mayor discreción. Hay que respetar siempre en él la autoridad de Dios, hasta que la Iglesia lo declare desposeído de ella. Si el error es dudoso, hay que llamar sobre él la atención de sus superiores inmediatos para que le pidan sobre ello clara explicación. Si el error es evidente, no por esto es lícito constituirse en inmediata rebeldía, sino que es preciso contentarse con la resistencia pasiva a aquella autoridad, en lo que aparezca evidentemente en contradicción con las doctrinas reconocidas por sanas en la Iglesia. Guardarle se debe empero todo respeto exterior, obedecerle en lo que no aparezca dañada ni dañosa su enseñanza, resistirle pacífica y respetuosamente en lo que se aparte de la común sentencia católica.
4.º Puede darse el caso (y es el más general) de que el extravío de un ministro de la Iglesia no verse sobre puntos concretos de doctrina católica, sino sobre ciertas apreciaciones de hechos o personas, ligadas más o menos con ella. En este caso aconseja la prudencia cristiana mirar con prevención al tal sacerdote resabiado, preferir a los suyos los consejos de quien no tenga tales resabios recordar a propósito de esto la máxima del Salvador: "Un poco de levadura hace fermentar toda la masa." De consiguiente, una prudente desconfianza es aquí la regla de mayor seguridad. Y en esto, como en todo, pedir luz a Dios, consejo a personas dignas e íntegras, procediendo siempre con gran recelo tocante a quien no juegue muy limpio o no hable muy claro sobre los errores de actualidad.
Y he aquí lo único que podemos decir sobre este punto, erizado de infinitas dificultades, y que es imposible resolver en tesis general. No olvidemos una observación que arroja torrentes de luz. Más se conoce al hombre por sus aficiones personales que por sus palabras y por sus libros. Sacerdote amigo de liberales, mendigo de sus favores y alabanzas, y ordinariamente favorecido con ellas, trae consigo, por lo regular, muy sospechosa recomendación de ortodoxia doctrinal.
Párense nuestros amigos en este fenómeno, y verán cuan segura norma y cuán atinado criterio les da".
*Félix Sardà y Salvany (Sabadell, 21 de mayo de 1841 –- ibídem 2 de enero de 1916) fue un sacerdote, apologista, polemista y escritor español. En tres ocasiones fue incluido en la terna para ser elegido obispo, sin que Sardá aceptara el nombramiento. Defendió el Syllabus y emprendió campañas contra la masonería, el espiritismo, el protestantismo, el anarquismo, el naturalismo, el liberalismo y otras corrientes ideológicas afines. Fue elogiado por dicasterios de la Santa Sede como la Sagrada Congregación del Índice. 


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