En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, que siempre y en todas partes te demos gracias a ti, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios: Que ungiste con óleo de alegría a tu unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote eterno y Rey universal: para que, ofreciéndose a sí mismo, en el ara de la cruz, como hostia inmaculada y pacífica, obrase el misterio de la redención humana: y, sometiendo a su imperio todas las criaturas, entregase a tu inmensa Majestad un reino eterno y universal: un reino de verdad y de vida; un reino de santidad y de gracia; un reino de justicia, de amor y de paz. Y, por eso, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército celestial, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos, llenos están los cielos y la tierra de su gloria. ¡Hosanna en alturas! Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en las alturas!
Prefacio de Cristo Rey