Aunque el vicio de la lujuria es tan poderoso para pervertir a las almas; la divina bondad ha preparado auxilios y remedios para que se preserven o se curen de su pestilente contagio, si los pecadores cooperan poniendo de su parte lo que les toca.
Uno de los medios que señalan los santos Doctores es resistir la tentación a los principios (es decir, cuando ésta empieza). Las tentaciones nacen las más veces de la carne regalada, briosa y desenfrenada; otras, aunque esté débil y mortificada, vienen del demonio que las suscita, como en san Benito y en san Jerónimo; otras del trato y comercio del mundo con los mil incentivos que en él reinan. Pero, sea cual fuese la causa de las tentaciones impuras, el primer remedio y muy oportuno es resistir a los principios (al comienzo de la tentación). San Gregorio, Papa, enseña que la tentación comienza con la sugestión, de la cual sigue la delectación, que se consuma en el consentimiento; y el remedio más conveniente es cerrar la puerta a la sugestión, para que no pase adelante. Cuando el enemigo es pequeño, dale muerte, dice san Jerónimo, y de este modo la tentación se extirpará en su simiente. La medicina dada a tiempo, aprovecha y cura; fuera de tiempo poco o nada vale, de ahí aquel aforismo tan verdadero en las enfermedades del alma, como en las del cuerpo: “Resiste a los principios, tarde se previene la medicina, si el mal ha cobrado fuerzas con la dilación.” El Espíritu Santo dice: De una sola chispa el fuego recrece (Eccles. XI, 34); y santo Tomás observa que un mismo pensamiento, sin reprimirse, puede producir un completo incendio.
San Cipriano enseña que “se ha de hacer frente a las primeras tentaciones, ni fomentarse la culebra hasta que se transforme en serpiente”; y el Abad Ruperto, como insistiendo en la misma figura, explica que “la cabeza de esta serpiente es la primera sugestión del pecado, la delectación es el cuerpo, y el consejo la causa; por lo cual el golpe debe dirigirse a la cabeza.” Por eso conjurando el santo abad Pacomio al demonio, que se le apareció en forma sensible, respondió éste: “Si cuando ostentamos, comenzáis a dar entrada a nuestras titilaciones, y prende en vuestra alma la sugestión, luego os ponemos mayores incentivos; más si resistís en los principios, y no nos dais entrada, nuestras fuerzas flaquean y nos desvanecemos como el humo.”
R. P. FR. ANTONIO ARBIOL