Oración de Pío XII a María Reina
Desde lo profundo de esta tierra de lágrimas, en que la humanidad dolorida se arrastra trabajosamente; en medio de las olas de este nuestro mar perennemente agitado por los vientos de las pasiones, elevamos los ojos a ti, Madre amadísima, para reanimarnos contemplando tu gloria y para saludarte como Reina y Señora de los cielos y de la tierra, como Reina y Señora nuestra.
Con legítimo orgullo de hijos, queremos exaltar ésta tu realeza y reconocerla como debida por la excelencia suma de todo tu ser, dulcísima y verdadera Madre de Aquel que es Rey por derecho propio, por herencia y por conquista.
Reina e impera, Madre y Señora, señalándonos el camino de la santidad, dirigiéndonos y asistiéndonos, a fin de que nunca nos apartemos de él.
Lo mismo que ejercitas en lo alto del cielo tu primacía sobre las milicias angélicas, que te aclaman por su Soberana, y sobre las legiones de los santos, que se deleitan con la contemplación de tu refulgente belleza, así también reina sobre el género humano, particularmente abriendo las sendas de la fe a cuantos todavía no conocen a tu divino Hijo.
Reina sobre la Iglesia, que profesa y celebra tu suave dominio y acude a ti como refugio seguro en medio de las adversidades de nuestros tiempos. Mas reina especialmente sobre aquella parte de la Iglesia que está perseguida y oprimida dándole fortaleza para soportar las contrariedades, constancia para no ceder a injustas presiones, luz para no caer en las asechanzas del enemigo, firmeza para resistir a los ataques manifiestos, y en todo momento, fidelidad inquebrantable a tu reino.
Reina sobre las inteligencias, a fin de que busquen solamente la verdad; sobre las voluntades, a fin de que persigan solamente el bien; sobre los corazones, a fin de que amen únicamente lo que Tú misma amas.
Reina sobre los individuos y sobre las familias, al igual que sobre las sociedades y naciones; sobre las asambleas de los poderosos, sobre los consejos de los sabios, lo mismo que sobre las sencillas aspiraciones de los humildes.
Reina en las calles y en las plazas, en las ciudades y en las aldeas, en los valles y en las montañas, en el aire, en la tierra y en el mar, y acoge la piadosa oración de cuantos saben que tu reino es reino de misericordia, donde toda súplica encuentra acogida, todo dolor consuelo, alivio toda desgracia, toda enfermedad salud, y donde, como a una simple señal de tus suavísimas manos, de la muerte misma brota alegre vida.
Concede que quienes ahora te aclaman en todas las partes del mundo y reconocen como Reina y Señora, puedan un día en el cielo gozar de la plenitud de tu reino, en la visión de tu Hijo divino, el cual, con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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