No creas ni repitas aquello que no consta plenamente. La calumnia es un gravísimo pecado contra la Ley de Dios y contra la honra y buena fama del prójimo. Quien calumnia está obligado a resarcir el daño causado, pero como la calumnia corre como reguero de pólvora es muy difícil resarcir plenamente en esta vida. ¡Cuántas almas purgan este pecado antes de ver a Dios y cuántas otras se condenan por no haberse arrepentido de sus calumnias!
En muchas ocasiones, las calumnias, con el tiempo, se evidencian y son como el lodo arrojado: sale el sol, se seca y se cae. Lo que se mantiene perenne es la pésima reputación y fama de quien maliciosamente las profiere. Es de gente ruin propalarlas. Un verdadero católico jamás empleará, para fines inconfesables, un medio tan vil y contrario a las enseñanzas de Jesucristo, su Maestro, que predicó que el amor entre ellos era el genuino distintivo de sus discípulos.
Por amor a Dios y al prójimo, el cristiano no debe inventar calumnias, ni dar por ciertas ni difundir sus imaginaciones -juicios temerarios- en contra de terceros. Ni creer ni repetir acusaciones que otros hacen y no le constan. El calumniador tiene una imaginación fértil, no caigamos en sus redes. Si es pecado difundir, sin necesidad, los pecados y defectos verdaderos del prójimo, imagina la gravedad de propagar calumnias que deberás retractarte de ellas y repararlas si quieres ser perdonado por Dios.
________________________________