¡Cuántos jóvenes están en el infierno por haber escuchado las malas conversaciones! Esta verdad ya la inculcaba San Pablo, cuando decía que las conversaciones inconvenientes ni siquiera se deben mencionar entre cristianos, porque son la ruina de las buenas costumbres. Haced de cuenta que las conversaciones son como los alimentos: por muy bueno que sea un plato es suficiente que sobre él caiga una sola gota de veneno para dar la muerte a los que de él coman.
Lo mismo sucede con la conversación obscena. Una palabra, un gesto, una broma basta para enseñar la malicia a uno o más niños, los cuales habiendo vivido hasta entonces como inocentes corderos, a causa de aquellas conversaciones y malos ejemplos pierden la gracia de Dios y se vuelven infelices esclavos del demonio.
Puede alguien decir: Conozco las funestas consecuencias de las malas conversaciones; pero ¿cómo se ha de hacer? Estoy en una casa, en una escuela, en un servicio, en una casa de negocios, en un lugar donde se hacen malas conversaciones. Desgraciadamente, mis queridos jóvenes, sé que hay de esos casos; por eso os indico el modo de salir de esa dificultad sin ofender a Dios. Si son personas inferiores a vosotros, corregirlas con rigor; dado el caso que sean personas a quienes no convenga amonestar, huid, si es posible; no pudiendo, queden firmes en no tomar parte ni con palabras, ni con las sonrisas y decid en vuestro corazón: Mi Jesús, misericordia.
Y si, a pesar de estas precauciones, os halláis aún en peligro de ofender a Dios, os daré el consejo de San Agustín, que dice: Apprechénde fugam, si vis reférre victóriam. Huye, abandona el lugar, la escuela, el taller, soporta todos los males de este mundo, antes que a vivir en un lugar o tratar con personas que ponen en peligro la salvación de tu alma. Porque dice el Evangelio, mejor es ser pobres, despreciados, sufrir que nos corten los pies y las manos y hasta que nos arranquen los ojos e ir así al Cielo, antes que tener todo lo que deseamos en el mundo y después perdernos eternamente.
Puede a veces suceder que algún compañero os escarnezca y se ría de vosotros, pero no importa: tiempo vendrá en que la risa y el sarcasmo de los malvados se convertirá en llanto en el infierno y el desprecio de los buenos se convertirá en la más consoladora alegría en el cielo. Sin embargo, notad que, permaneciendo fieles a Dios, sucederá que vuestros mismos detractores estarán obligados a predicar vuestra virtud, ya no se atreverán a molestaros con sus perversas burlas.
Donde se hallaba San Luis Gonzaga, nadie se atrevía a pronunciar palabras menos honestas, y si él llegaba en la ocasión en que otros las pronunciaban, decían luego: ¡Silencio! Ahí viene Luis.
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