- El milagro de Tumaco: cuando Jesús detuvo un maremoto en Colombia
La presencia real de Jesús en la Hostia Consagrada ha conferido diversos milagros a comunidades cristianas a lo largo del mundo. Tal fue el caso de la isla de Tumaco, en Nariño, Colombia, el 31 de enero de 1906, cuando las aguas de un maremoto retrocedieron de la playa, la amenaza de una ola gigante fue apaciguada por Jesús Sacramentado en las manos de un religioso agustino recoleto.
El suceso de Tumaco
El P. Pedro Corro, en el libro Agustinos amantes de la Sagrada Eucaristía relata el caso del pueblo de Tumaco, Colombia, situado en una isla del océano Pacífico, donde un par de misioneros agustinos recoletos, P. Gerardo Larrondo de San José y P. Julián Moreno de San Nicolás Tolentino, asistían a los feligreses de la localidad.
La mañana del 31 de enero de 1906 comenzó un terremoto que alertó a la población: “fue este de tanta duración que, según cree el padre Larrondo, no debió bajar de diez minutos, y tan intenso, que dio con todas las imágenes de la iglesia en tierra. De más está decir el pánico que se apoderó de aquel pueblo, el cual todo en tropel se agolpó en la iglesia y alrededores, llorando y suplicando a los padres organizaran inmediatamente una procesión y fueran conducidas en ellas las imágenes”.
Los fieles colocaron las imágenes de los santos en andas y los religiosos se dieron a la tarea de animar y consolar a sus feligreses, “asegurándoles que no había motivo para tan horrible espanto como el que se había apoderado de todos”.
Los religiosos acompañaban a los fieles cuando uno de ellos vio que en la playa las aguas se retiraban de la costa. Para la gente de mar y porteña es sabido que si el agua se retira rápidamente de la playa es sólo para acumularse y alimentar un oleaje mayor. Todos supieron en ese momento que una gigantesca ola sacudiría todo Tumaco, destrozando todo a su paso.
“Aterrado entonces el padre Larrondo, se lanzó precipitadamente hacia la iglesia, y, llegando al altar, sumió a toda prisa las Hostias consagradas del sagrado copón, reservándose solamente la Hostia grande. Acto seguido, vuelto hacia el pueblo, llevando el copón en una mano y en otra a Jesucristo Sacramentado, exclamó: «Vamos, hijos míos, vamos todos hacia la playa y que Dios se apiade de nosotros».
Conmocionados, los feligreses marcharon junto al sacerdote “llorando y clamando a Su Divina Majestad, tuviera misericordia de ellos”.
El rostro temeroso de los lugareños contrastaba con la seguridad del religioso y fue la fe contagiada hasta el más incrédulo. En la procesión hacia la mar embravecida iban también las imágenes de santos en sus andas.
“Poco tiempo había pasado, cuando ya el padre Larrondo se hallaba en la playa, y aquella montaña formada por las aguas comenzaba a moverse hacia el continente, y las aguas avanzaban como impetuoso aluvión, sin que poder alguno de la tierra fuera capaz de contrarrestar aquella arrolladora ola, que en un instante amenazaba destruir el pueblo de Tumaco”, dice el P. Corro.
El agustino, dice, no se intimidó: “descendió intrépido a la arena y, colocándose a un paso de las aguas, en el instante mismo en que la ola estaba ya llegando levantó con mano firme y con el corazón lleno de fe la Sagrada Hostia a la vista de todos, y trazó con ella en el espacio la señal de la Cruz”.
“¡Momento solemne! ¡Espectáculo sublime!”, exclama el relator: la ola avanzó un poco más y, sin tocar el sagrado copón, se estrelló contra el ministro alcanzándole el agua solamente hasta la cintura.
Todo el pueblo comenzó a exclamar ¡Milagro! ¡Milagro! Aquella ola se había contenido instantáneamente, y la enorme montaña de agua, que amenazaba borrar de la faz de la tierra el pueblo de Tumaco, iniciaba su movimiento de retroceso para desaparecer, mar adentro, volviendo a recobrar su ordinario nivel y natural equilibrio.
El P. Larrondo organizó inmediatamente una solemne procesión, se trajo la custodia del templo en donde se colocó la milagrosa Hostia y el pueblo inició un recorrido por las calles con el Santísimo Sacramento por delante.
Tomado de Desde la fe
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