"Ordinariamente se cree que los que hacen el bien a las almas son los predicadores, los confesores, los misioneros, porque son los que hacen ruido y uno no ve sino las apariencias.
Pero no es así. ¡Cuántas veces un sacerdote predica, un alma se convierte; pero se convirtió, no tanto por la predicación del sacerdote, sino por el sacrificio oculto de una pobre alma desconocida que está en un rinconcito del mundo!
Y ni ella sabe lo que hizo, y el que recibió el beneficio tampoco sabe a quién se lo debe. Sólo Dios; y allá en el cielo, el último día de los tiempos, es cuando vamos a descubrir la verdadera historia de las almas.
Vamos a ir de sorpresa en sorpresa. ¡Ah! si esta gracia que yo recibí fue por aquella alma desconocida que está allá, y está otra aquella... ¡y ni siquiera lo sospechaba! Yo creía que había recibido esas gracias por el ministerio de tal sacerdote. No, fue por los sacrificios de almas desconocidas.
De manera que con nuestras oraciones, con nuestros sacrificios, con nuestra vida de Cruz podemos salvar almas y comprar gracias para ellas, más mucho más quizá que los mismos misioneros y que los mismos apóstoles."
Monseñor Luis María Martínez +, Arzobispo Primado de México, Espiritualidad de la Cruz, página 97.
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