Nació en Ávila en 1515, Dios la dotó de talento, juicio y grandeza de alma maravillosos. Su gran espíritu de mortificación, su deseo extraordinario de sacrificio, su ardiente amor de Dios, sus gracias místicas, su mismo carácter noble y generoso han hecho de la reformadora de la Orden del Carmelo, una figura excelsa, para la cual la oración en la gran arma de conciliación entre Dios y la humanidad pecadora. En medio de las vicisitudes y contrariedades de su vida de fundadora y reformadora, escribió obras admirables de teología mística, que aun en lo humano son obras maestras. Tiene además otro título de gloria; el haber promovido el culto a San José que tuvo gracias a ella un gran incremento. Murió en Alba de Tormes en 1582.
Ingresó en Ávila en España en la Orden Carmelita y llegó a ser madre y maestra de una estricta observancia, dispuso en su perfeccionamiento espiritual bajo el aspecto de un ascenso para las grandes almas de Dios; por la reforma de su Orden sufrió muchas tribulaciones, que superó con ánimo invicto; también escribió libros llenos de alta doctrina y cargados de su profunda experiencia.
Nació en Ávila, en el seno de una familia hidalga con ascendencia judía. Se llamaba Teresa de Cepeda y Ahumada. Con siete años, buscando ser "descabezada por Cristo" intentó huir a tierra de moros con su hermano Rodrigo. Con trece años, quedó huérfana de madre, y tomó a la Virgen por "Madre para siempre". Muy aficionada a los libros de caballerías, coqueta, según nos dice, y "enemiga de ser monja". Ya con 21 años decidió hacerse religiosa. "Cuando salí de casa de mi padre...., del sentimiento me parece que cada hueso se apartaba de por sí... En tomando el hábito, luego me dio el Señor a entender cómo favorece a los que se hacen fuerza para servirle...". En 1536, recibió el hábito en el Carmelo de la Encarnacion de Ávila. El Carmelo la decepcionó por sus blanduras, cayó muy enferma (estuvo a punto de ser enterrada viva) se quedó paralítica durante tres años y después de sanar, gracias a la intercesión de san José, prosiguió un penoso camino de arideces, tentaciones e incomprensiones que fueron edificando su alma, pero hasta los 40 años, su vida fue bastante mediocre. En 1557, después de un encuentro con una “imagen del Cristo muy llagado” llegó su conversión.
Extraordinariamente dotada de ingenio y grandeza de alma, vivió la unión más intensa con Dios y el afán permanente de hacer siempre lo más perfecto, "Nuestro Señor, pide y ama a las almas con coraje y humildes." Fue incomprendida por sus confesores, menos por san Francisco de Borja, que le animó y aseguró que todo lo que le sucedía es “espíritu de Dios” y san Pedro de Alcántara que le animó y confortó. Y así cumplió su misión de reformar en su primer espíritu la Orden del Carmen.
Cuando quiso reformar la orden carmelitana era ya una mujer madura, con hondas experiencias místicas que le dieron aliento para sus constantes viajes por toda España (a ella no le gustaba nada viajar), afrontando luchas y persecuciones, quebrantada salud y "sin ninguna blanca", pero inflexible en su propósito, porque "nunca dejará el Señor a sus amadores cuando por solo Él se aventuran". Su visión reformadora despertó algunas inquietudes en sus superiores (el Nuncio apostólico la condenó, llamándola "fémina inquieta y andariega, desobediente...”) a causa de los movimientos pseudo místicos del tiempo (especialmente como cómplice de los "alumbrados"), y también por el hecho de que numerosos sacerdotes habían abrazado ese proyecto de reforma espiritual. Al convento de San José de Ávila seguirán otras 16 fundaciones. Defendida en Roma por san Juan de Ávila, por el padre Bañez y por la misma corte de Madrid, pese a la continua oposición a sus nuevas fundaciones, que llevó a la separación de las carmelitas descalzas, de las calzadas, confortada por su consejero espiritual san Juan de la Cruz, Teresa pudo realizar su itinerario místico.
Escribió numerosas obras: su “Vida”, el “Camino de Perfección”, “Las moradas del alma” (o “Castillo interior”) y otros escritos pedagógicos y líricos inspirados por la mística. Logró llevar a cabo su reforma en todas las nuevas fundaciones dentro de la plena fidelidad al espíritu postridentino. Vivió en la oración las experiencias tristes y gozosas de su tiempo: la reforma católica, los días de Lepanto, los acontecimientos de España, la evangelización de América, recién descubierta. Decía de sí misma: "Teresa sin la gracia de Dios es una pobre mujer. Con la gracia de Dios, una fuerza. En uno de sus viajes, enferma, con 40º de fiebre, debe alzarse para fundar, tiene herida una pierna. Y el carro donde camina, bajo la lluvia, se le rompe una rueda, todos al suelo, al barro, al agua. "Señor después de tantos enojos, ¿era necesario este percance?. -Teresa, yo trato así a mis amigos. - Oh, Dios mío, ahora entiendo por qué tienes tan pocos". Y tras un despliegue de actividad murió extenuada en Alba de Tormes: "Tiempo es ya que nos veamos, Esposo mío... Te doy gracias, Señor, porque muero hija de la Iglesia”.
Su canonización tuvo lugar en 1622 por el papa Gregorio XV.
Fuente: Catequesis Tradicional
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