Nos vamos a operar y nos entran unos miedos absurdos a morir, como si el superar una operación, nos garantizara la inmortalidad. Sin embargo, no vamos a confesarnos y a comulgar antes de entrar al quirófano y si alguien nos lo sugiere, respondemos con mala disposición.
Cuando hay un enfermo en una casa o en un hospital, se llama al médico, ante cualquier pequeña variación en la temperatura corporal, pero al Sacerdote sólo se le llama cuando ya no está consciente o, incluso, cuando ya ha fallecido. ¿Qué Sacramento puede recibir uno, después de muerto? Ninguno.
Es una falta de fe lo que quita el valor de avisar a los enfermos de que la muerte está cerca, y es gran perjuicio engañarles e impedir así que se preparen. Óptima cosa es ponerse de acuerdo con un amigo para advertírselo mutuamente.
Es un crimen ocultar a un enfermo que peligra su vida, pues pone en gravísimo riesgo su destino eterno.
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