Hoy, en vez de una explicación de los textos litúrgicos o de una homilía, os propongo hacer una reflexión serena, una pequeña, pero profunda, meditación de este tiempo próximo a la Navidad.
Ponte en silencio, recógete. Aíslate del mundo exterior que te rodea. La vivencia teológica de la Navidad no está en las fiestas, en el árbol, en los regalos, en el nacimiento o belenes, ni en los alegres brindis hogareños de unas copas. Todo eso es Navidad, pero lo es puramente periférico de la Navidad. La vivencia espiritual profunda de este misterio sólo puede vivirse en el silencio del corazón.
Por favor, acéptate a ti mismo como eres. No te evadas, no huyas acusándote de tus infidelidades con Dios, ni supravalorándote por tus virtudes. La infravaloración o la soberbia son solo un intento de evasión. Toma con paz, sin amargura, tu pasado, con realismo tu presente, y tu futuro condicionado por ese pasado y presentes tuyos. Acéptate tal cual eres, pobre, limitado, imperfecto. Acéptate a ti mismo como eres en realidad ante Dios. Sentirás dentro de ti un vacío grande. Te lo producen tu pasado y tu presente, condicionando ambos tu futuro. Ese vacío de tu corazón, el único que lo puede llenar es ese Niño, que es Dios. Deja que el silencio de tu retiro te hable de Dios. Que hable sólo Él. Tú escucha en silencio.
La dicha de la Navidad no es para oírla de un hombre, sino para vivirla personalmente. La dicha y el gozo de la Navidad no se pueden decir desde un púlpito. Mis palabras son incapaces de darte a vivir la Navidad. Deja que te hable la luz navideña que viene a visitar las tinieblas de este mundo, tú también estás en oscuridad y no hay más luz que la que viene a traer este Niño. Él vino al mundo cuando todo el mundo estaba en paz y en el alto silencio de la medianoche. Tú también tienes que esperar esa paz y en esa oscuridad de medianoche para que venga a ti.
Tu silencio y el mensaje sin palabras que trae el Verbo es lo único que puede darte la realidad navideña. Dios viene a tu corazón. Quiere acunarse en él. En ese corazón tuyo distinto de todos los demás e irrepetible. Él, que hizo tu corazón personal e irrepetible, quiere venir a él como lo hizo en el pesebre.
El Niño que nace es la Palabra, el Verbo de Dios, y sin embargo no habla. Los recién nacidos no hablan. Pero el silencio de este recién nacido vale tanto como el sermón de la Montaña. Dios se ha hecho hombre. No es que se ha revestido de hombre, ni es un hombre endiosado. Es tan hombre como tú y tan Dios como el Padre. Es el Niño-Dios. Ése va a venir a tu corazón. No importa que tu corazón sea pobre. Él también era pobre y vino buscando especialmente a los pobres. Tu corazón es tan pobre como el pesebre, y las pajas tienen tan poco valor como tu pasado, presente y futuro previsible.
El Niño calla, pero ¡dice tanto!. También cuando todos los días nace en el Altar, guarda silencio de recién nacido. Si quieres conocerte, fíjate en el Niño. La antropología nace del conocimiento de Dios, más que del conocimiento directo del mismo hombre. Conociendo al Niño empezarás a conocerte a ti mismo y a los demás hombres. El hombre es el "yecto" y el Dios-hombre es el "ante-proyecto". Pudo no ser así. Adán pudo ser el proyecto del Niño-Dios. Pero no lo quiso Dios. Ese Niño que debes recibir en tu corazón es tu "anteproyecto". Tú eres una copia inspirada en Él.
Si es así, lo más cerca de Dios es la carne, la naturaleza humana, el hombre, tú. Él y tú debéis formar un "nosotros" de amor. También puede haber equidistancias, si en tu silencio, en tu corazón vives profundamente la teología de la Navidad. Lo más cercano a ti puede ser Dios. Si entiendes a ese Niño, Dios puede hacerse más cercano, más próximo.
El mundo sería otro sin la Navidad que viene. ¿Qué sería de ti sin este nacer de Jesús? ¿Qué sería el mundo sin la Navidad? Otro mundo, otra cosa mucho más fría y sin sentido. ¡Cómo andaríamos los hombres! Por el contrario, si vivimos ahora la experiencia íntima de esta época navideña, nos será más fácil encontrar a Cristo en la iglesia, en la Eucaristía y en nuestros hermanos, pero sobre todo en el pobre pesebre de nuestro corazón.
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