El fundamento sobre el que se fundan estas nuevas ideas es que, con el fin de atraer más fácilmente a aquellos que disienten de ella, la Iglesia debe adecuar sus enseñanzas mas conforme con el espíritu de la época, aflojar algo de su antigua severidad y hacer algunas concesiones a opiniones nuevas. Muchos piensan que estas concesiones deben ser hechas no solo en asuntos de disciplina, sino también en las doctrinas pertenecientes al “depósito de la fe”. Ellos sostienen que sería oportuno, para ganar a aquellos que disienten de nosotros, omitir ciertos puntos del Magisterio de la Iglesia que son de menor importancia, y de esta manera moderarlos para que no porten el mismo sentido que la Iglesia constantemente les ha dado. […] Tal política tendería a separar a los católicos de la Iglesia en vez de atraer a los que disienten. No hay nada más cercano a nuestro corazón que tener de vuelta en el rebaño de Cristo a los que se han separado de Él, pero no por un camino distinto al señalado por Cristo. […] La historia prueba claramente que la Sede Apostólica, a la cual ha sido confiada la misión no solo de enseñar, sino también de gobernar toda la Iglesia, se ha mantenido “en una misma doctrina, en un mismo sentido y en una misma sentencia” (Constitutio de Fide Catholica, cap. IV). […] En este asunto la Iglesia debe ser el juez, y no los individuos particulares, que a menudo se engañan con la apariencia de bien.
(León XIII. Carta Testem Benevolentiae al Card. James Gibbons, 22 de enero1899).
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