“Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”. Lucas 6,27.
“Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”. Lucas 6,36.
“Si ves a tu hermano pecar... reza por él y le darás vida”. 1Jn 5,16.
La oración por los demás es una grave responsabilidad. Si por un motivo cualquiera dejas de rezar por los pecadores que viven a tu alrededor y omites suplicar en su favor, morirán en su pecado. La negligencia en la oración llega así a su colmo y provoca las más graves consecuencias. El pecador muere en su propio pecado por no haber despertado tú su alma. ¿Cómo podrás justificarte, si has descuidado rezar por él y le has privado del manantial de Vida del que Dios te ha hecho responsable?
La Virgen en Fátima advierte que muchas almas se condenan porque no hay quien rece por ellas. Éstas persistirán en su pecado y morirán en él. Muchos alcanzarían gracias inmerecidas mediante la oración de otros. A Santa Mónica le auguró un obispo que no se condenaría su pecador hijo Agustín –que llegaría a ser santo– por ser hijo de tantas lágrimas y oraciones. Pero hoy en día, pocos padres oran por sus hijos, pocos hijos por sus padres, pocos hermanos por sus hermanos, pocos esposos por sus cónyuges, pocos abuelos por sus nietos. Son pocos los que rezan por sus parientes, amigos, conocidos y aún por quienes se consideran sus enemigos. Ignoran el valor de la oración y la eficaz acción (que muchas veces pasará inadvertida y sólo se conocerá en la otra vida) de la comunión de los santos.
Ah, si entendiéramos esto y lo practicaramos viviríamos en un mundo mejor y se salvarían muchas más almas. ¡Qué gravísima responsabilidad tenemos!
____________________________