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DOS POSTS: 1) LAS LÁGRIMAS DEL PADRE PÍO Y 2) SEÑOR SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA MADRE DE DIOS (19 DE MARZO)

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UNA IMPRESIONANTE CARTA DEL PADRE PÍO CUMPLE CIEN AÑOS (EL 19 DE MARZO).



EL PADRE PÍO DE PIETRELCINA
En una carta a su director espiritual:

“En la mañana del viernes, me hallaba todavía en el lecho, cuando se me apareció Jesús. Se hallaba de mala traza y desfigurado. Y me mostró una gran multitud de sacerdotes religiosos y seculares, entre los cuales se hallaban varios dignatarios de la Iglesia. De ellos unos estaban celebrando, otros iban a celebrar y otros habían celebrado(*). La contemplación de Jesús, así angustiado, me causó mucha pena, por lo que quise preguntarle el motivo de tanto sufrimiento. No obtuve ninguna respuesta. Pero miraba a aquellos sacerdotes hasta que, como cansado de mirarlos, retiró la vista y, con gran horror mío, pude apreciar que dos lágrimas surcaban las mejillas.

"Se alejó de aquella multitud de sacerdotes con una expresión de gran disgusto y desprecio llamándolos “macellai” (carniceros). Y vuelto hacia mí, dijo: 
«Hijo mío no creas que mi agonía haya durado tres horas; no; yo estaré en agonía por motivo de las almas más favorecidas por mí, hasta el fin del mundo. Durante el tiempo de mi agonía, hijo mío, no hay que dormir, mi alma busca una gotita de compasión humana, pero ¡ay! que mal corresponden a mi amor. Lo que más me hace sufrir es que éstos a su indiferentismo añaden el desprecio y la incredulidad. ¡Cuántas veces estaba para acabar con ellos si no hubieran detenido mi brazo los ángeles y las almas enamoradas!...Escríbele a tu Padre (su director espiritual), y refiérele esto que has visto y has oído de mí esta mañana».
Mons. Dino Marchió con masones, a los
que ofició una Misa (Ver
AQUÍ yACÁ)
“Jesús continuó todavía, pero aquello que me dijo no podré manifestarlo a criatura alguna de este mundo. Esta aparición me causó tal dolor en el cuerpo y mayor todavía en el alma que por todo el día sentí una gran postración y hubiera creído morirme, si el dulcísimo Jesús no me hubiera sostenido. Estos nuestros desgraciados hermanos corresponden al amor de Jesús, arrojándose con los brazos abiertos en la infame secta de la masonería. Roguemos por ellos a fin de que el Señor ilumine sus mentes y toque sus corazones".

 19 de marzo de 1913.
(*)Nota: Obsérvese que habla en presente, futuro y pasado. Además, coincide con las revelaciones de Ana Catalina Emmerich.

    (Padre Pío da Pietralcina. Lettere al Padre Spirituale. Edizione Pro Sanctitate. Roma 1970). Vista en varios sitios católicos de la red.
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SEÑOR SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA MADRE DE DIOS (19 DE MARZO)



El glorioso y bienaventurado patriarca san José fué, como nos dice el sagrado Evangelio, de la tribu real de Judá, y de la casa y familia de David, y su padre dice san Mateo que fué Jacob, y san Lucas que fué Helí, porque como interpreta san Agustín, el uno fué padre natural de san José y el otro padre legal o adoptivo. También dice el evangelista que cuando se desposó con la Virgen era varón y hom­bre ya maduro y robusto, que ni es mozo ni viejo, para que en­tendamos que era de mediana edad, y con suficientes fuerzas para los trabajos que había de pasar en servicio de la Virgen María y su divino Hijo. Tuvo por nombre José, que quiere decir aumento, porque fué acrecentado por los dones de Dios y col­mado de todas las virtudes y excelen­cias, que a su altísima dignidad conve­nían, por lo cual en el Evangelio se lla­ma varón justo, porque no había en el mundo varón más perfecto y santo que él. Fué pues este santísimo varón, espo­so y verdadero marido de la siempre Virgen María y padre putativo y legal de nuestro Señor Jesucristo, a quien su Majestad escogió para que guardase aquel graciosísimo Templo de Dios, aquel Sa­grario del Espíritu Santo, aquella pre­ciosísima Recámara de la Santísima Tri­nidad, para que acompañase a aquella soberana Señora de los cielos y de la tie­rra a quien sirven los ángeles, para que fuese depositario de aquel Verbo encar­nado, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios, y conversase con un Dios humanado, y con un Niño Dios, y le criase y regalase con amor de padre. Quiso el Señor que san José fuese de humilde condición, y carpintero de Nazareth cuyos vecinos eran en gran parte labradores, a los cua­les armaba y componía los instrumentos de labranza, queriendo escoger además la madre pobre y la patria pobre y el pa­dre legal pobre, para que no hubiese cosa de lustre y resplandor que pudiese con­vertir los corazones a la santa fe, sino que se entendiese que su divinidad era la que había convertido y transformado el mundo. Los años que vivió san José no lo dice la sagrada Escritura, ni el tiem­po en que murió. Lo que se tiene por cierto es que era muerto a la pasión del Señor; porque si viviera, no encomendara él desde la cruz a san Juan su benditísima Madre. Créese también que Jesús y María le asistieron en su preciosa muerte, que su cuerpo fué sepultado en el valle de Josafat, y que en la resurrección de Cristo resucitó con otros santos cuerpos de patriarcas y jus­tos, y que desde entonces está san José en cuerpo y alma en los cielos.

Reflexión: Si quieres morir santamen­te (que es el fin dichoso de la vida a que todos hemos de aspirar), procura te­ner una gran devoción a san José, que murió entre los brazos de Jesús y María, y es el más señalado protector y conso­lador de los moribundos. No te olvides de rezarle un Padre nuestro al acostarte y levantarte de la cama. Invócale tam­bién en tus necesidades y peligros, que santa Teresa de Jesús asegura que cuan­to le pidió, todo lo alcanzó. Encomiéndale tu casa y familia; pues era él cabeza de la Familia sagrada, y ha sido declarado en nuestros días protector de toda la familia cristiana: no falte en tu alcoba o aposento su imagen tan simpá­tica y devota: celebra con particular de­voción su fiesta tan solemne en toda la cristiandad; y en la hora de tu muerte, sean las últimas palabras que pronun­cien tus labios moribundos: ¡¡Jesús, Ma­ría y José!!

Oración: Suplicámoste, Señor, que por los méritos del bienaventurado esposo de tu santísima Madre, seamos amparados, para que alcancemos por su intercesión lo que no podemos conseguir por nues­tros merecimientos. Por Jesucristo, nues­tro Señor. Amén.

FLOS SANCTORVM: Año 1949. Editorial Santa Catalina.
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