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A PROPÓSITO DE EPIDEMIAS

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En estos días de epidemia, recordemos que Santa Teresita vivió en el convento una epidemia de gripe que acabó con la vida de varias religiosas. En el monasterio, ella era una de las más jóvenes, que tuvieron que cuidar de las enfermas lo mejor que pudieron. Todas lo vivieron con espíritu de fe. Las que morían, lo hacían con paz y gozo, deseosas de ir al encuentro del Señor. Las que quedaban en pie, recordaban las palabras de san Juan de la Cruz: "¿De qué te sirve dar a Dios lo que él no te pide, si no le das lo que sí te pide?" y comprendieron que Dios les pedía vivir con paz las circunstancias inesperadas, cambiando sus horarios, adaptándose a la situación, conservando la fe y la esperanza en todas las circunstancias. Así lo describe ella:

"Se declaró la gripe en la comunidad y solo otras dos hermanas y yo quedamos en pie. Nunca podré expresar todo lo que vi, y lo que me pareció la vida y todo lo que es pasajero...

El día en que cumplí 19 años, lo festejamos con una muerte, a la que pronto siguieron otras dos.

En esa época, yo estaba sola en la sacristía, por estar muy gravemente enferma mi primera de oficio. Yo tenía que preparar los entierros, abrir las rejas del coro para la misa, etc. Dios me dio muchas gracias de fortaleza en aquellos momentos. Ahora me pregunto cómo pude hacer todo lo que hice sin sentir miedo. La muerte reinaba por doquier. Las más enfermas eran cuidadas por las que apenas se tenían en pie. En cuanto una hermana exhalaba su último suspiro, había que dejarla sola.

Una mañana, al levantarme, tuve el presentimiento de que sor Magdalena se había muerto. El claustro estaba a oscuras y nadie salía de su celda. Por fin, me decidí a entrar en la celda de la hermana Magdalena, que tenía la puerta abierta. Y la vi, vestida y acostada en su jergón. No sentí el menor miedo. Al ver que no tenía cirio, se lo fui a buscar, y también una corona de rosas.

La noche en que murió la madre superiora, yo estaba sola con la enfermera. Es imposible imaginar el triste estado de la comunidad en aquellos días. Solo las que quedaban de pie pueden hacerse una idea.

Pero en medio de aquel abandono, yo sentía que Dios velaba por nosotras. Las moribundas pasaban sin esfuerzo a mejor vida, y enseguida de morir se extendía sobre sus rostros una expresión de alegría y de paz, como si estuviesen durmiendo un dulce sueño. Y así era en realidad, pues, cuando haya pasado la apariencia de este mundo, se despertarán para gozar eternamente de las delicias reservadas a los elegidos..."

¡Qué diferente actitud con la del mundo actual, donde muchos dicen "creer" en Nuestro Señor, y su promesa de vida eterna, pero vemos un pavor demencial por siquiera, enfermar de coronavirus!...no hablemos ya de la posibilidad de contemplar próxima la muerte.

Aprendamos de los héroes de la fe, los Santos, a aceptar el plan providente de Dios para nuestras vidas, seguros de que "todo lo que sucede, coopera para bien de los que aman a Dios" (Romanos 8, 28).

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