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MEDÍTALO, AHORA QUE AÚN HAY TIEMPO

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Yo soy un padre de familia, que morí, que fui juzgado, y que estoy ya condenado. ¡O qué tres cosas! ¡Cuán presto se dicen, y cuán acerbamente se experimentan. Morí. No tenéis que cansaros, porque ni puede entenderse, ni explicarse cuánto es lo que aflige a una conciencia descuidada una inopinada muerte.

Suponed que un hombre que jamás vio toros, se viera en un recinto angosto sobre un indómito caballo, que tampoco los hubiera visto, y que improvisadamente se arrojase contra él un ferocísimo toro: ¿No os parece que la vista solo de tan espantosa novedad lo sacaría de sí, y del caballo, y que caído del bruto, como de ánimo, uno y otro serían triunfo despedazado de aquella fiera? Pues más fiera es la muerte que la fiera más fiera, porque estas matan por acaso, y la muerte por esencia. Mi cuerpo, que era el caballo, no había visto la muerte porque no la había padecido; mi alma, que era el jinete, tampoco la conocía, porque jamás la había considerado; con que al dar sobre mí esta fiera en el recinto de una cama, fue tan espantoso el susto de su cercana vista que al punto me hizo caer de ánimo; y turbándome el uso del alma, y cuerpo fueron uno y otro indefenso despojo de su furia.

Esto nació de no haber puesto en mi vida los ojos en mi muerte, pues no me espantara vista entonces si la tuviera prevista antes; pero mientras viví el mismo vivir me engañaba; mientras enfermé me engañó mi familia; mientras empeoré me engañó el médico; pues no pudiendo negar el mal, me negó el peligro, consolándome con que no era enfermedad de muerte. ¡O crueldad temeraria! Esto solo puede decirlo el que una vez lo dijo que fue el Hijo de Dios: Infirmitas hec non est ad morten.

¡Al ay que me muero! decían los amigos, era imaginación, que no pensara en eso, que antes de un mes había de cazar con ellos. Decíame la mujer: hijo, no te desconsueles, que esto no es cosa de cuidado. Decíame el hijo: Padre, anímese usted, y no se adelante el mal con esa aprehensión. Decíanme los asistentes: Con este remedio irá usted por puntos mejorando. Así me ayudaron todos a mal morir.

Como este engaño caía sobre lo que yo tanto deseaba, y lo afirmaban todos, y lo confirmaba el mismo obligado al desengaño que era el médico; con esto yo (¡ay de mí!) lo creí, y no supe de mi muerte hasta después de mi muerte. Ad nihilum redactus sum, et nescivi. Psal. 72. Y si estremeció a los monjes, que todo el discurso de su vida emplearon la vida, y el discurso, no sólo en esperar la muerte, sino en apetecerla, ved que haría en mí, que ni por pensamiento me la figuré jamás, y que siempre huía de ella como de ella misma; ¿qué haría en mí, cuando de improviso se me representó su horrible formidoloso (temible) ceño, su ejecutivo irreparable impulso, su eterna calamitosa consecuencia, y todo a un tiempo, y de un golpe todo?

Lo que hizo fue helarme el susto la sangre, apretarme la congoja el corazón, estancármela urgencia el aliento, enajenarme la angustia los sentidos, confundirme la prisa el entendimiento, ofuscarme el tropel de cuidados la memoria, y desesperarme la falta de tiempo, y sobra de culpas la voluntad: y como con esta había de agenciar (ingeniarme) el perdón de mis pecados, espiré, y morí (¡ay de mí!) con ellos, y sin él: así espirarán, y morirán cuántos me sigan en no tener su muerte muy presente, por ideársela siempre muy distante, en no acabarlo de creer, ni aun cuando empiezan a enfermar, en oír gratamente a quien les diga lo contrario; y en fin, en criar una familia tan infiel, e indevota, que por no asustar al dueño con un desengaño breve quiera despeñarlo a un abismo tan largo como eterno

Esta fue (según se me hizo saber en el juicio) pena correspondiente a mi culpa. Fue mi culpa no velar por el bien de las almas de mi familia, y fue mi pena, que esta familia en la muerte me despintase la muerte desatendiendo a mi alma, en castigo de haber yo descuidado de las suyas.

Fue mi culpa el no velar para ver el mal que de noche podían obrar criados, y criadas, y ahora es mi pena (como el Tema dice) el velar siempre para ver siempre. Y lo que veo siempre, es el siempre que he de penar; que no solo es el mayor tormento de la eternidad, sino toda la eternidad junta, porque estoy viendo siempre su interminable siempre, sin olvidarlo nunca.

Esta vista es la que (como dice David) me hace rabiosamente crujir, bramar, y perecer sin acabar, y la que hace que perezcan todos mis deseos.

Uno de mis deseos es que tu perezcas como yo, y para que aun este deseo perezca en mí, me compele Dios a que te desengañe, (para que te preserves) que los mas que mueren de larga enfermedad mueren de repente, por no creer que de aquella han de morir. El mozo, porque por mozo ha de resistir: El viejo, por lo que hasta entonces ha resistido; y unos, y otros, y todos por las esperanzas de vida que se toman, y que les dan: por esto hacen más mal los médicos con retardar estos desengaños, que los demonios con todos sus engaños; tanto porque que los demonios no son creídos, y los médicos sí, como porque los engaños que pervierten una vida son curables, pero irreparables los que desgracian una muerte; por esto influye Satanás con tanto ahínco confianza de vivir en el enfermo, y pusilanimidad (falta de valor) para sacarlo de ella en el médico, en los amigos, y en los asistentes; todos los cuales hicieron aleve (alevosa) alianza contra mí para despeñarme con más ímpetu y ser eterno tizón de estas hogueras.

No solo estoy aquí velando siempre para ver siempre mi oprobrio, (como dice el Tema) sino que velan contra mí los mismos demonios, que me guardaron el sueño para que no viese lo que de noche obraba mi familia; y porque estas fieras que me comen a bocados nunca duermen tampoco yo dejo nunca de velar: Qui me comedunt non dormiunt. Job. 30. ¿Pero qué mucho, si hasta el mismo Dios está para mi mal en vela? Pondera cual será mi desdicha, pues para mi mal está desvelado todo un Dios; ¿y cuándo será mi alivio, pendiendo de que duerma quien nunca puede dormir, ni aun dormitar?

¡Ah! que alguna vez ya me hirió alguna luz de esta eternidad, pero temí perder el juicio si cavaba en ella, y ahora conozco que era el único medio para recobrarlo. ¿Pudo ser mayor mi locura, que no temer estar en el infierno siempre, y temer pensar en el infierno un rato? Cosa increíble es que quisiera yo ponerme en este estado, pero más increíble es que haya quien me oye, y se mantenga en él, siendo todos los padres de familias, que no se apartan del camino, o descamino por donde yo he llegado a este término sin término.

Ya, pues, oh padre de familia, que ves en mi cabeza, que por descuidar yo en vida de las almas de mi familia, quiso Dios que en mi muerte esta familia descuidase de mi alma: ya que ves, que por haberlos yo creído, y no pensar en mi muerte me hallé muerto sin pensar; ya que ves, que en pena de no haber velado en mi casa por la honra de Dios, como por la mía, estoy aquí siempre velando, y Dios, y sus verdugos se están desvelando en mi deshonra; ya ves, que este velar yo siempre, es para ver el siempre que aquí ha de penar, y que ahí nunca medité, haz de todo esto, que fue veneno para mí, triaca (remedio) para tí, obrando lo contrario, si no quieres hallarte tan pensadamente burlado como yo; desvélate siempre en ver siempre este siempre para tu bien, si no quieres velar aquí siempre para ver siempre tu mal eterno, y tu eterno oprobio, como te amenaza el Tema: “Si no velas vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora llegaré sobre ti” Apoc. III Vers. 3.

(Dedicado a los que están en Pecado Mortal).

Dr. José Boneta

Visto en Adelante la fe. 


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