Vanas son las esperanzas del mundo y desgraciado quien fía en ellas. Pasa la juventud, se cambia la fortuna, caen las ilusiones, se entibia la amistad, nada, en una palabra, queda en pie de cuanto parece algunas veces halagar al hombre en su breve paso sobre la tierra.
Y sin embargo, el pobre corazón humano necesita algo firme y permanente a qué arrimarse, para no caer en los horrores de la desesperación. ¿En qué podrá, pues, fijar su esperanza? ¡Ah! Todo se pasa, ha dicho Santa Teresa de Jesús, todo se pasa, es verdad; pero Dios no se muda. He aquí, pues, el centro fijo en que podemos colocar nuestras esperanzas los que deseamos colocarlas en algo seguro e inmutable.
¡Oh Corazón Divino de mi amantísimo Jesús! ¡Todo se escapa y desaparece a nuestro amor, dejándonos vacíos y desolados! Sólo Vos permanecéis eternamente como faro de luz y norte resplandeciente para el corazón que os ama. ¡Que me falte todo, Dios mío, pero que no me faltéis Vos! ¡En Vos pongo mi esperanza, y no Seré confundido.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.