En una serie de conferencias pronunciadas en 1861, el ilustre cardenal Henry Edward Manning dejó estas enseñanzas:
Así como los malvados no prevalecieron contra Él [nuestro Señor Jesucristo], incluso cuando le ataron con cuerdas, lo arrastraron al juicio, vendaron los ojos, se burlaban de Él como de un falso rey, lo golpearon en la cabeza como un falso profeta, lo crucificaron, y parecían tener un dominio absoluto sobre Él, teniéndolo casi aniquilado bajo sus pies; y cuando estaba muerto y enterrado, resultó vencedor y resucitó al tercer día, y ascendió al cielo, y fue coronado, glorificado, y fue investido con su realeza, y reina supremo, rey de reyes y Señor de señores, lo mismo sucederá con Su Iglesia: aunque será perseguida durante un tiempo, y a los ojos de los hombres, derribada, pisoteada, destronada, despojada, burlada, y aplastada, sin embargo aunque parezca que habrán triunfado las puertas del infierno no prevalecerán. A la Iglesia de Dios le espera una resurrección y una ascensión, una regalía y un dominio, una recompensa de gloria por todo lo que ha sufrido. Al igual que Jesús, tendrá que sufrir en el camino a la corona; sin embargo, será coronada con Él eternamente. Así pues nadie debe escandalizarse de las profecías de los sufrimientos por venir. Nos gusta imaginar triunfos y glorias de la Iglesia en la tierra, –que el Evangelio debe ser predicado a todas las naciones, y el mundo querrá convertirse, y todos los enemigos serán sometidos, y no sé qué–, hasta algunos oídos se impacientan por oir que para la Iglesia habrá un tiempo de terrible prueba; nos comportamos como los judíos de aquel tiempo que esperaban un Mesías conquistador, un rey, que llegaría y tendría gran prosperidad; y cuando llegó el Mesías en la humildad y en la pasión, no lo reconocieron... Así, me temo, que muchos entre nosotros intoxicamos nuestras mentes con las visiones de éxito y la victoria, y no podemos soportar la idea de que vendrá un tiempo de persecución para la Iglesia de Dios...
Los Santos Padres que han escrito sobre el tema del Anticristo, y de las profecías de Daniel, sin una sola excepción, por lo que yo sé, padres tanto de Oriente como de Occidente, griegos y latinos -todos ellos por unanimidad– dicen que los últimos tiempos del mundo, durante el reinado del Anticristo, el santo sacrificio del altar cesará. En la obra sobre el fin del mundo, atribuida a San Hipólito, después de una larga descripción de las aflicciones de los últimos días, leemos lo siguiente: “Las Iglesias lo llorarán con un gran llanto, pues no habrá más oblación para ser ofrecida, ni incienso, ni el culto agradable a Dios. Los edificios sagrados de las iglesias serán las chozas; y el precioso cuerpo y sangre de Cristo no será ya expuesto [para la adoración] en aquellos días; la Liturgia será extinguida; el canto de los salmos cesará; la lectura de la Sagrada Escritura no se oirá ya. No habrá para los hombres más que oscuridad, y duelo sobre duelo y aflicción sobre aflicción.” Entonces, la Iglesia se dispersará, será empujada al desierto, y será por un tiempo como lo fue a los comienzos, invisible, escondida en catacumbas, en las casas, en las montañas, en escondrijos; durante un tiempo será barrida, por así decirlo, de la faz de la tierra. Tal es el testimonio universal de los Padres de los primeros siglos…
La Palabra de Dios nos dice que hacia el final de los tiempos el poder de este mundo será tan irresistible y triunfante que la Iglesia de Dios se hundirá debajo de su mano, que la Iglesia de Dios no recibirá más ayuda de los emperadores o reyes o príncipes, o legislaturas, o naciones, o de los pueblos, para poder resistir contra el poder y la fuerza de su antagonista. Se verá privada de protección. Estará debilitada, desconcertada, y postrada, tirada sangrando a los pies de los poderes de este mundo.