"Yo me digo muchas veces: Es de fe que hay cielo para los buenos e infierno para los malos; es de fe que las penas del infierno son eternas; es de fe que basta un solo pecado mortal para hacer condenar a una alma, por razón de la malicia infinita que tiene el pecado mortal, por haber ofendido a un Dios infinito. Sentados esos principios certísimos, al ver la facilidad con que se peca, con la misma con que se bebe un vaso de agua, como por risa o por diversión; al ver la multitud que están continuamente en pecado mortal, y que van así caminando a la muerte y al infierno, no puedo tener reposo, tengo que correr y gritar, y me digo:
Si yo viera que uno se cae en un pozo, en una hoguera, seguro que correría y gritaría para avisarle y preservarle de caer; ¿por qué no haré otro tanto para preservar de caer en el pozo y en la hoguera del infierno?
Ni sé comprender cómo los otros sacerdotes que creen estas mismas verdades que yo creo, y todos debemos creer, no predican ni exhortan para preservar a las gentes de caer en los infiernos.
Y aun admiro cómo los seglares, hombres y mujeres que tienen fe, no gritan, y me digo: Si ahora se pegara fuego en una casa y, por ser de noche, los habitantes de la misma casa y los demás de la población están dormidos y no ven el peligro, el primero que lo advirtiese, ¿no gritaría, no correría por las calles gritando: ¡fuego, fuego! en tal casa? Pues ¿por qué no han de gritar fuego del infierno para despertar a tantos que están aletargados en el sueño del pecado, que cuando se despertarán se hallarán ardiendo en las llamas del fuego eterno?".
SAN ANTONIO MARÍA CLARET