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MARTES SANTO

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 MARTES SANTO 
La conjura secreta de Judas y los del Sanhedrín contra Jesús. 

 El martes en la tarde, en los momentos mismos en que Jesús anunciaba a sus apóstoles que su muerte se verificaría dos días después, los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos del pueblo se reunían en Consejo en el palacio del gran sacerdote. La situación del Sanhedrín respecto del profeta se hacía cada día más inquietante. Este excomulgado, decían, condenado a muerte hace dos meses, reina desde hace tres días en el templo, ejerce allí una autoridad soberana; fanatiza a las multitudes y las excita a levantarse contra sus sacerdotes y doctores a quienes befa y ridiculiza en sus discursos ¿No acaba de lanzar en este mismo día contra los escribas y fariseos los más sangrientos anatemas? O se ejecutaba pronto la sentencia fulminada contra aquel revoltoso, o el gran Consejo caía en el desprecio público. Así discurrían aquellos Judíos criminales a quienes Jesús acababa de fustigar y de reducir al silencio delante de todo el pueblo. Todos estaban de acuerdo en reconocer la necesidad de acabar con él lo más pronto posible; pero todos reconocían igualmente la extrema dificultad de proceder en aquellos momentos contra tal enemigo. Sus numerosos partidarios no lo permitirían. Ni era posible apoderarse de él públicamente sin exponerse a un motín popular. Se convino en que se le tomaría insidiosamente durante la noche, en un lugar apartado y que se le reduciría a prisión sin que el pueblo lo supiera. Y como un arresto clandestino no era posible en medio de aquel ejército de peregrinos que invadían a Jerusalén y sus contornos, la asamblea decidió diferir la ejecución del proyecto hasta después de las fiestas pascuales, cuando los extranjeros hubieran en su mayor parte abandonado la ciudad santa. Pero, así como Jesús quería morir voluntariamente y no como un malhechor forzado a sufrir su pena, quería también morir a su hora y no a la hora señalada por el Sanhedrín. Había anunciado a sus apóstoles que moriría dentro de dos días, durante la fiesta y delante de todo el pueblo; así, pues, sobrevino luego una circunstancia imprevista que decidió a los consejeros a tentar pronto aquella captura de Jesús que habían resuelto postergar. En el momento en que iban a separarse, se les anunció que una persona extraña deseaba hacer al gran Consejo una revelación importante. Esta persona era el apóstol Judas. Satanás acababa de tomar plena posesión de su alma: desde un año atrás, Judas continuaba siguiendo a su Maestro, pero no creía ya en él. Ambicioso y avaro, esperaba encontrar en el reino de Jesús un puesto lucrativo; pero el día en que el Salvador rehusó la corona, dejó de ver en él al Mesías prometido y fué el primero en murmurar contra el pan eucarístico que Jesús prometió entonces a los Cafarnaítas. En esa ocasión fué cuando Jesús dijo a los doce: – «Entre vosotros hay un demonio», Judas se sintió apostrofado y bien pronto, a la incredulidad, se juntó en su corazón el desprecio y el odio al Salvador. La codicia, pasión feroz, vino entonces a ser su ídolo, se apropió sin escrúpulo del dinero cuya guarda se le había confiado; se indignó contra María Magdalena por los homenajes costosos que tributaba a Jesús y resolvió separarse de este soñador que hablaba de fundar un reino anunciando a la vez que iba a ser clavado en una cruz. Era tiempo ya de abandonarle a fin de no exponerse á perecer con él. Y como recorría a Jerusalén informándose de las disposiciones en que se encontraban los judíos después de los ardientes debates del templo, supo que el Sanhedrín buscaba precisamente el medio que se podría emplear para apoderarse sin ruido del profeta de Nazaret. En el acto, el demonio le sugirió que la ocasión era propicia para ganar dinero y pidió ser oído por el Consejo. Los conjurados acogieron gozosos al renegado que venía a ofrecerles sus servicios. Con el cinísmo de un demonio, se puso de parte de ellos; habló de su Maestro como ellos hablaban y les prometió conducir una partida de guardias y soldados al sitio mismo donde se ocultaba durante la noche; pero quería saber ante todo cómo se recompensaría este acto de alta traición: –«¿Cuánto queréis darme, preguntóles y os lo entregaré?» Se le ofrecieron treinta dineros, treinta monedas de plata equivalentes a cerca de cien francos en moneda francesa. Era una cantidad irrisoria, justamente la indemnización que se debía a un amo por haberse dado muerte a uno de sus esclavos; pero los príncipes de los sacerdotes creyeron que no se debía dar más al miserable traidor que vendía a su Señor y Judas tampoco pidió más. Ni los Judíos ofreciendo estos treinta dineros, ni Judas aceptándolos sin discusión, pensaron que daban cumplimiento a esta profecía: –«Dieron por mí en pago treinta monedas de plata» (Lib. Zacarías; cap. 11, vers.12). Después de haber recibido el precio de su crimen, Judas se comprometió formalmente a entregar la victima que acababa de vender y desde este momento sólo pensó en buscar la ocasión favorable para ejecutar su designio. La encontrará, sí, pero cuando el mismo Jesús se la presente, es decir, a la hora señalada en los decretos eternos.
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* Fuente: "JESUCRISTO: su Vida, su Pasión, su Triunfo, por el Rvdo. P. Berthe. SS. RR.

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