El miércoles fué un día de duelo y amargura. Las terribles palabras de la víspera: – «Pasado mañana, seré entregado y crucificado», tenían oprimidos todos los corazones. Hasta entonces, los apóstoles se habían imaginado que las predicciones de Jesús sobre su pasión y muerte, contenían un misterio cuyo verdadero sentido revelarían los mismos acontecimientos; pero después de las precisas palabras de su Maestro ¿cómo hacerse ilusión? Si Jesús les abandonaba ¿qué iría a ser de ellos en esa Jerusalén en donde seguramente se perseguiría a los amigos del profeta con el mismo furor que a él? Testigo de sus alarmas y aflicciones, Jesús les consolaba afectuosamente y les alentaba asegurándole que la separación sería muy corta y que volverían a verle inmediatamente después de la resurrección. En Betania las lágrimas corrían de todos los ojos. Allí fué donde el Salvador dió el adiós, no sólo a sus queridos amigos que le hospedaban, sino también a las Santas mujeres de Galilea que se encontraban reunidas con la divina Madre en casa de Lázaro. La Virgen María lloraba en medio de sus compañeras; ya la punta de la espada anunciada por el Santo anciano Simeón, penetraba en su corazón; mas ella escuchaba con santa resignación las palabras de aliento que el divino Maestro les dirigía. Unía su sacrificio al sacrificio de su Hijo y oraba con Él por los que iba a rescatar al precio de su sangre. Y así, entre lágrimas y consuelos, llegó por fin el momento de la separación.
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* Fuente: "JESUCRISTO; su Vida, su Pasión, su Triunfo, del Rvdo. P. Berthe, SS.RR.