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EL SACERDOTE, ¿TIBIO O SANTO?

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Un sacerdote lo es de tiempo completo, todas las
horas del día y todos los días del año.
 No hace falta que sea un experto en política, 
administración, economía o finanzas, menos aún
en  sociología religiosa o política eclesiástica. 
 Lo que sí hace falta, y muchísima, es que sea un
 sacerdote experto en el amor de Jesús.


El sacerdote tibio es el gran enemigo de las almas. No nos referimos al renegado, al apóstata, o al infeliz degenerado que tanto escandaliza. Estos tarde o temprano se detectan y se huye de ellos como de un veneno. Los peligrosos son los tibios, los que parecen hombres de Dios y al final decepcionan, los que debiendo irradiar luz proyectan tinieblas, los que no se plantean metas altas e impiden que otros lo hagan, los que en lugar de presentar a Jesús se presentan a sí mismos. Esos son infiltrados, quintacolumnistas en las filas del ejército de Dios, pobres farsantes que en lugar de darnos a conocer a Jesús nos presentan su caricatura. Estos sobran, no los necesitamos.


 Los sacerdotes son las manos,
 los pies, los ojos, el corazón de  Cristo;
 los canales y medios  por los que
 Cristo se va a  comunicar a la humanidad. 
Hay varios síntomas que detectan la tibieza en un sacerdote contra los que hay que estar alertas. El día que se pase más tiempo navegando en internet que frente al Sagrario, el día en que finque su éxito personal en el número de WhatsApp recibidos, en sus seguidores en Twitter o en Facebook, olvidándose que su fuerza está en la Eucaristía, el día en que su predicación se centre más en el deseo de agradar o de impresionar que en transmitir la palabra viva del Evangelio, el día en que disminuya su atracción por Jesús presente en el Sagrario y se interese más en ver una película, asistir a algún evento social o cierre sus oídos a la petición de atender a un moribundo, porque tiene otras cosas "más importantes" que hacer, habrá comenzado a ser un sacerdote tibio. 

Un buen sacerdote no distingue entre ricos y pobres, sabios o ignorantes, simpáticos o antipáticos, porque cada uno vale toda la sangre de Cristo. Es aquel que ha consagrado su existencia para liberar a otros de las ataduras del demonio y del pecado, dejando su vida tras las rejillas del confesionario. Es aquel que sabe ocultar su yo en el Yo de Cristo para que todos puedan ver en él a Jesús.


Para llegar a ser un sacerdote santo hacen falta dos grandes alas que lo eleven a las alturas: María y la Eucaristía. El sacerdote ha de ser eucarístico. Se ordena para la Eucaristía, para hacer bajar cada día a Jesús al altar y distribuirlo en forma de pan de vida. Para alimentarse y alimentarnos de su Cuerpo y de su Sangre. El centro de su corazón ha de ser Jesús Sacramentado. Y María, porque todos los sacerdotes se gestan en el vientre de María. El Verbo Divino comienza a ser sacerdote al encarnarse en su seno. Es ahí donde se constituye Mediador entre Dios y los hombres y María se convierte en madre del sacerdote.

Resumen de un escrito de Paz Fernández Cueto


Virgen santísima de Guadalupe, ¡salva nuestra Patria, conserva nuestra fe y defiéndenos de los falsos pastores!


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