El sacerdote tibio es el gran enemigo de las almas. No nos referimos al renegado, al apóstata, o al infeliz degenerado que tanto escandaliza. Estos tarde o temprano se detectan y se huye de ellos como de un veneno. Los peligrosos son los tibios, los que parecen hombres de Dios y al final decepcionan, los que debiendo irradiar luz proyectan tinieblas, los que no se plantean metas altas e impiden que otros lo hagan, los que en lugar de presentar a Jesús se presentan a sí mismos. Esos son infiltrados, quintacolumnistas en las filas del ejército de Dios, pobres farsantes que en lugar de darnos a conocer a Jesús nos presentan su caricatura. Estos sobran, no los necesitamos.
Los sacerdotes son las manos, los pies, los ojos, el corazón de Cristo; los canales y medios por los que Cristo se va a comunicar a la humanidad. |
Un buen sacerdote no distingue entre ricos y pobres, sabios o ignorantes, simpáticos o antipáticos, porque cada uno vale toda la sangre de Cristo. Es aquel que ha consagrado su existencia para liberar a otros de las ataduras del demonio y del pecado, dejando su vida tras las rejillas del confesionario. Es aquel que sabe ocultar su yo en el Yo de Cristo para que todos puedan ver en él a Jesús.
Para llegar a ser un sacerdote santo hacen falta dos grandes alas que lo eleven a las alturas: María y la Eucaristía. El sacerdote ha de ser eucarístico. Se ordena para la Eucaristía, para hacer bajar cada día a Jesús al altar y distribuirlo en forma de pan de vida. Para alimentarse y alimentarnos de su Cuerpo y de su Sangre. El centro de su corazón ha de ser Jesús Sacramentado. Y María, porque todos los sacerdotes se gestan en el vientre de María. El Verbo Divino comienza a ser sacerdote al encarnarse en su seno. Es ahí donde se constituye Mediador entre Dios y los hombres y María se convierte en madre del sacerdote.
Resumen de un escrito de Paz Fernández Cueto
Virgen santísima de Guadalupe, ¡salva nuestra Patria, conserva nuestra fe y defiéndenos de los falsos pastores!
Resumen de un escrito de Paz Fernández Cueto
Virgen santísima de Guadalupe, ¡salva nuestra Patria, conserva nuestra fe y defiéndenos de los falsos pastores!