Toda la Liturgia y principalmente la Misa, se propone cuatro grandes fines:
1. Dar a Dios el culto superior de ADORACIÓN, para reconocer su infinita excelencia y majestad, y a este título la Misa es un SACRIFICIO LATRÉUTICO.
2. DAR GRACIAS (agradecer) a Dios todos sus inmensos beneficios, por lo que la Misa es también un SACRIFICIO EUCARÍSTICO.
3. SATISFACER a Dios por todos los pecados y por las penas merecidas por los pecados, así propios como ajenos, de los vivos y de los difuntos, por cuya razón es la Misa un SACRIFICIO PROPICIATORIO Y EXPIATORIO.
4. PEDIR a Dios todos los bienes espirituales y temporales, y a este respecto es la Misa, además, un SACRIFICIO IMPETRATORIO.
Todos estos cuatro fines advierte el Papa Pío XII los cumplió Cristo Redentor durante toda su vida y de un modo especial en su muerte de Cruz, y los sigue cumpliendo ininterrumpidamente en el Altar con el Sacrificio Eucarístico. Cuando se asiste, pues, a la Misa, se debe tener siempre en cuenta estos cuatro fines.
Por eso la Misa llena todas las necesidades y satisface todas las aspiraciones del alma y resume en sí toda la esencia de la Religión. En ella es Jesucristo mismo el que actúa: Él es el que adora a su Padre por nosotros. Él es el que le agradece sus beneficios. Él es el que le aplaca. Él es el que le pide gracias. De ahí que sea la Misa la mejor adoración, la mejor acción de gracias, el mejor acto de expiación y la mejor oración impetratoria para pedir a Dios bienes espirituales y materiales. Ninguna práctica de piedad puede igualar a la Misa, y ningún acto de religión, público ni privado, puede ser más grato a Dios y útil al hombre; de ahí que deba ser ella la devoción por excelencia del Cristiano.