Es un buen ejercicio ser del todo sincero consigo mismo y analizar, ante Dios y la conciencia, si nuestras fobias se sustentan en motivos personales que autoengañados disfrazamos de nobles causas que acabamos creyéndonoslas a nosotros mismos. Esto es claro cuando surgen de la noche a la mañana y se odia, sin matiz alguno y obsesivamente, lo que antes se amaba, muchas veces para justificarse a uno mismo como consecuencia de una inmadurez sicológica y/o una deformación moral. Siempre buscamos e imaginamos las peores intenciones en lo que gratuitamente se odia, se pierde el equilibrio en el juicio, el error particular se generaliza, lo blanco y lo gris se vuelve necesariamente negro y se difama y se calumnia injustamente creyendo hacer un servicio a Dios. Olvidamos que la Escritura dice que de cada palabra dicha daremos cuenta a Dios el día del juicio. Temamos el justo juicio de Dios que tomará todo, absolutamente todo, en cuenta. Pobre de aquel que se engaña a sí mismo, porque difícilmente saldrá de su autoengaño y se arriesga a morir sin arrepentimiento.
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