“María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2,19).
En momentos difíciles de la vida nos corresponde actuar como María.
“Aquellas palabras eran lámparas. Esas lámparas las mantenía la Madre perpetuamente encendidas: Las guardaba diligentemente y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19).
La grandeza de la Madre está en que cuando no entiende algo, Ella no reacciona angustiada, impaciente, irritada, ansiosa o asustada… En lugar de eso, la Madre toma la actitud de los pobres de Dios: llena de paz, paciencia y dulzura, toma las palabras, se encierra sobre sí misma y queda interiorizada, pensando: ¿Qué querrán decir estas palabras?, ¿Cuál será la voluntad de Dios en todo esto?.
La Madre es como esas flores, que cuando desaparece la claridad del sol se encierran sobre sí mismas; así Ella se repliega en su interior y, llena de paz, va identificándose con la voluntad desconcertante de Dios, aceptando el misterio de la vida.
En momentos difíciles de la vida nos corresponde actuar como María.