"Hemos llegado ya a la crucifixión, al último tormento que da la muerte a Jesucristo: hemos llegado al Calvario, que es el teatro del amor divino, al Calvario en donde todo un Dios pierde la Vida sumergido en un océano de dolores. Habiendo, pues, el Señor llegado con mucha pena a la cima del monte, le arrancan por tercera vez con violencia los vestidos apegados a sus sangrientas llagas, y le arrojan sobre la cruz. El divino Cordero se tiende en este lecho de dolor, presenta a los verdugos sus manos y sus pies para ser clavados, y levantando los ojos al cielo, ofrece a su Padre el gran sacrificio de su vida por la salud de los hombres. Estando ya clavada una mano, los nervios se encogieron, y fue necesario, como se le reveló a santa Brígida, que se estirase violentamente con cordeles la otra, así como también los pies, hasta el lugar de los clavos, por cuya causa los nervios y las venas se dilataron y rompieron con un dolor espantoso. Así lo dice la revelación. Por manera que se le podían contar todos los huesos, como David lo había ya predicho. ¡Ah Jesús mío! ¿Por quién fueron clavadas vuestras manos y vuestros pies en ese madero, si no es por el amor que habéis tenido a los hombres?".
San Alfonso María de Ligorio