Pero Tú me has dicho muchas veces que la libertad sin prueba es una palabra hueca que no tiene sentido alguno. Y porque creaste al hombre libre has puesto un velo en este Sacramento, Misterio de Amor y Fe, para que sólo te contempláramos con ese sexto sentido de la fe, que se agranda con la humildad y se atrofia y anula con la fatuidad y el orgullo, para probar de esta suerte el libre albedrío.
Si pues te viera con los sentidos corporales me arrodillaría, ¿y por qué no te veo con ellos voy a permanecer de pie? ¿Dónde está en mí el “hombre nuevo”?
¡Oh, no! Ahora, más que nunca, me postraré. Me arrodillaré, como lo hizo Tomás cuando, reconociendo tu divinidad, exclamaba ¡Señor mío y Dios mío!
Como se postraba Pedro cuando te confesaba por Hijo de Dios; como se postraba Magdalena, como se arrodillaban los rengos y leprosos, y los cieguitos a quienes Tú curabas; así me postro de hinojos, con esa rúbrica, ese gesto, el más natural, que constituye de por sí un acto de fe, al igual que haría si corrieras el velo del Sacramento y pudiera verte cara a cara.
Sé, Señor, que los israelitas comieron de pie el cordero pascual, pero porque aquello era sólo una figura, un símbolo, una promesa; pero… nada más, y las promesas se esperan de pie. Pero en la plenitud de los tiempos, Tú, en la Eucaristía, ya no eres símbolo, como muchos pretenden, sino la más viva realidad: eres Carne y Sangre, alimento nuestro.
Y en todos los tiempos has puesto antorchas vivientes que dan testimonio de esta realidad.
Así Ángela de Foligno, así Isabel de Reute, Nicolás von Flue, Catalina de Siena, Luisa Lateau, Ana Catalina Emmerich, sor María Marta Chambón, Teresa Neumann y tantos otros.
Si dejaste la Eucaristía como la renovación del sacrificio del Calvario, y al comienzo de tu Pasión te postraste en el suelo junto a la roca de Getsemaní, ¿qué menos puedo hacer yo que postrarme contigo, en el momento de recibir aquella misma sangre que sudaste y derramaste?
“De rodillas ante este gran Sacramento; que el Antiguo Testamento ceda lugar al Rito nuevo y supla la fe la flaqueza de nuestros sentidos”; así reza la Iglesia en el “Tantum ergo”. Tú bien claro dijiste, Señor: “no se puede poner vino nuevo en odres viejos”.
Si los israelitas permanecieron de pie, alentando la esperanza de una promesa, nosotros, que de veras hemos progresado, DESEAMOS ARRODILLARNOS para recibir y comer la Misma Realidad.
Roma, Marzo de 1970.