La verdad es siempre la verdad, la diga quien la diga. Y con alguien que pensaba muy distinto a nosotros, en serios aspectos, nos sorprendió gratamente coincidir en un concepto fundamental: El odio termina estupidizando porque hace perder la objetividad. El odio es ciego como puede llegar a serlo el amor, pero mientras éste es creador, el otro acaba destruyéndonos a nosotros mismos.
Y esto es tan cierto que cuando se pierde la objetividad se está literal y verdaderamente perdido. Y cuando esta pérdida, por haber sido alimentada por el odio, es voluntaria, poco, muy poco o nada se puede hacer ya por esa persona más que rezar por ella. Los jóvenes tienen una expresión muy en boga. Dirían con razón: "ya la perdimos".
El odio es estúpido porque nos estupidiza y no sólo nos estupidiza sino que además, al envenenarnos, nos destruye y nos hace perder el rumbo. De ahí lo terapéutico que resulta el mandamiento del amor, dictado hace dos mil años, por el que Cristo dijo que se reconocerían sus discípulos. ¡Pobres de aquellos que esto no lo comprenden!
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