Un ataque, que aún no ha sido reivindicado, tuvo lugar durante la misa de la fiesta de Pentecostés en la iglesia de San Francisco, ubicada en la localidad de Owo, en el estado de Ondo, al suroeste de Nigeria, a menos de 200 kilómetros de Lagos.
Los atacantes, al menos cinco, estaban armados con armas y explosivos. Después de detonar una bomba cerca del altar, dispararon metódicamente contra los fieles en pánico que intentaban salir del edificio.
Un primer informe dado el lunes 6 de junio por la mañana reportó 21 muertos, incluidos niños. Luego, varios periódicos nigerianos anunciaron un mayor número de víctimas el lunes por la noche: al menos 50 personas murieron en esta masacre. También habría una cincuentena de heridos, algunos de ellos en estado grave.
El ataque golpeó un estado que hasta ahora se había visto libre de la violencia que se desarrolla en el país: se han registrado nada menos que cuatro ataques desde el sábado 4 de junio, con muertos y secuestros masivos en regiones más al norte.
El atentado de Owo está indudablemente ligado a un contexto político, además de religioso. El partido gobernante, el APC (All Progressives Congress) debe celebrar sus elecciones primarias con miras a las elecciones presidenciales de 2023, para suceder a Muhammadu Buhari, quien debe retirarse después de dos mandatos.
La seguridad es uno de los mayores retos de este país, que es, por mucho, el más poblado de África y también la mayor economía del continente. Además, las tensiones siguen creciendo, por un lado, entre los estados del norte, mayoritariamente musulmanes y que han instaurado la sharia, y los estados del sur, mayoritariamente cristianos.
El ejército se enfrenta a una guerra yihadista en el nordeste, que se prolonga desde hace doce años; debe luchar contra las bandas de saqueadores y secuestradores que aterrorizan el noroeste; y finalmente debe pacificar el sudeste, escenario de movimientos separatistas.