Una sola alma inmortal vale mucho más que todo el dinero del mundo, todas las posesiones, todas las casas y mansiones, todas las montañas, las aguas del mar, más que todo el mundo animal y ¡toda la creación! Tu alma tiene un valor infinito. En verdad, nadie puede comprender en su plenitud el océano infinito del valor de UNA SOLA alma.
¿Por qué decimos esto? ¿Cómo sabemos? Jesús con claridad nos lo dijo: »¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? ¿Que puede dar un hombre en cambio por su alma? (Mk 8,36)
San Ignacio de Loyola retó a un joven orgulloso y autosuficiente con ese mismo pasaje bíblico. San Ignacio con estas palabras que parecían dardos ardientes retó al futuro patrón de las misiones a que hiciera los ejercicios espirituales. Y así sucedió, Francisco Javier hizo los ejercicios espirituales y su vida fue transformada.
Las palabras que brotaron del Sagrado Corazón de Jesús como flechas ardientes traspasaron toda la resistencia de Xavier —"¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?".
Santo Tomás de Aquino, el doctor angélico, reitera lo mismo y afirma que el valor de la creación en su conjunto no iguala al valor de una sola alma inmortal.
Contemplemos por un momento la belleza de la naturaleza. El hermoso cielo azul celeste, las nubes blancas como algodón, el follaje colorido en otoño, las montañas coronadas de nieve, el arco iris resplandeciente con sus colores que adornan el horizonte, las olas que rompen las rocas, la majestuosa águila que vuela en las alturas y el esplendor de las luces que alumbran el cielo oscuro — estos fenómenos naturales son sólo una luz tenue en comparación con la grandeza, majestuosidad y belleza de una sola alma inmortal. La grandeza de una alma inmortal transciende la belleza natural que el ojo contempla. Fue por eso que en una ocasión cuándo Dios reveló a santa Catalina de Sena una alma en estado de gracia, ella en éxtasis cayó de rodillas al ver la belleza resplandeciente de esa alma.
El celo apostólico de los santos por la salvación de las almas es otra poderosa prueba del valor infinito de una alma. Esto ha sido la motivación que impulsa sus trabajos, sacrificios, sufrimientos y aun la entrega de su vida en el martirio. Veamos las vidas de los santos y su insaciable sed por la salvación de las almas…
SAN JUAN MARÍA VIANNEY. ¿Por qué pasaba el cura de Ars entre 13 a 18 horas en el confesionario, día y noche, en tiempos de frío intenso o calor asfixiante? ¿Por qué? ¿Por qué? Por una sencilla razón: por amor a Dios y por amor a lo que Dios más ama, la salvación de las almas. ¿Por qué comía el santo cura de Ars sólo 2 o 3 patatas al día, por qué dormía sólo tres horas de noche y luchaba contra el diablo, por qué se aplicaba la disciplina y derramaba sangre y lloraba largamente? Lo hacía por una sola razón: ¡por amor a Dios y por amor a las almas! Este patrón de los sacerdotes conocía bien el valor de una alma reconciliada con Dios. Sabía que en el momento de dar la absolución, era la Sangre de Cristo que se derramaba sobre esa alma.
PADRE PÍO. ¿Por qué aceptó el P. Pío los estigmas en 1918? Mientras estaba en oración, sus manos, sus pies y su costado fueron traspasados como fueron traspasados las manos y los pies de su amado Jesús el Viernes Santo. Jesús prometió a este santo, que él llevaría los estigmas por cincuenta años y al llegar al final de su vida desaparecerían. ¿Por qué aceptó el P. Pío los estigmas dolorosos? En una ocasión alguien le preguntó si le dolían, a lo cual rápidamente replicó –no son un adorno. El P. Pío sufrió los estigmas para imitar a su amado Salvador, a Jesús crucificado, pero igual lo hizo como reparación por los pecados y por la conversión de los pecadores. Es decir, P. Pío soportó ese dolor por la salvación de las almas, y cuan grande fue el precio que pagó!
LOS PASTORCILLOS DE FÁTIMA. Veamos ahora los tres pastorcillos de Fátima: Lucía, Francisco y Jacinta. Aunque eran sólo niños, aceptaron sacrificios que les darían grandes sufrimientos. ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué? Por la misma razón: por su amor al Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María y porque amaban lo que Jesús y María más aman, ¡la almas! El solo pensar en los incontables sacrificios que hacían a tan tierna edad asombra la imaginación. Pero es un muestra de la fuerza del Espíritu Santo en una alma generosa.
JACINTA. Veamos solo los sacrificios que ofrecía Jacinta Marto, la más pequeña de los tres videntes de Fátima. El 13 de julio de 1917, los tres niños tuvieron una visión gráfica del infierno. Fue esta visión que les transformó radicalmente, pero en forma singular a Jacinta. Vieron como las almas se zarandeaban como en una tormenta en alta mar, escucharon cómo gemían las almas con llantos desesperados, llantos que nunca cesarían, vieron como animales horrendos traspasaban las almas (los demonios) y les causaban un tormento eterno. Esto fue lo que produjo en la pequeña Jacinta una profunda conversión de vida y corazón. Esta pequeñita tenía un gran amor por las almas, a tal grado que ofreció todo para salvarlas.
Concretamente, Jacinta hizo lo siguiente: renunció al pequeño baile que tanto le deleitaba, reemplazó los dulces racimos de uvas que se daban en las colinas portugueses por el amargo sabor de las bayas silvestres. Al igual que su prima y su hermano, de día portaba alrededor de su cintura una soga apretada que le causaba gran incomodidad. Rezaba con su rostro en tierra, que era postura de penitencia, repetía las oraciones que el ángel le había enseñado en 1916. ¿Y el Rosario? Antes de la aparición de la Virgen, recorrían las cuentas del Rosario diciendo sólo »Ave María» 50 veces para no desobedecer a sus padres. Pero después de la visión de infierno, los niños, en especial Jacinta, rezaba el Rosario completo y lo hacia repetidas veces. ¿Por qué? Para salvar a las almas de la realidad del infierno y para ayudar a conducirlas al cielo con seguridad!
En una ocasión, era un día de calor asfixiante, los tres niños se morían de sed, y Lucía fue por un cántaro de agua. Tanto Jacinta como Francisco le imploraron que dejara caer el agua sobre la tierra y que les permitiera sufrir de sed. ¿Por qué? Por la salvación de las almas inmortales.
LA SANGRE DE CRISTO. La Palabra de Dios nos enseña de forma muy vívida el valor de las almas. Jesús derramó cada gota de su Preciosa Sangre en el Calvario por la humanidad, pero en forma particular, por mí y por ti.
‘‘Y si llamáis Padre a quien, sin acepción de personas, juzga a cada cual según sus obras, conducíos con temor durante el tiempo de vuestro destierro, sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una SANGRE PRECIOSA, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo" (1 Pedro 1, 17-19).
En resumen, tu alma y mi alma fueron redimidas por la Preciosa Sangre de Cristo Jesús, Nuestro Señor y Salvador. Jesús derramó su Sangre por mi y por ti el Viernes Santo en el Calvario. Y en verdad, si tu fueses el único ser humano creado en todo el universo, Jesús hubiera derramado cada gota de Su Preciosa Sangre por la salvación de tu alma inmortal. En verdad, ¡cuán precioso y valioso eres a los ojos de Dios todopoderoso!
PADRE EDWARD BROOM, OMV