¡Ah que gracias y virtudes nos alcanza la Santa Misa! En primer lugar, nos proporciona todas las gracias espirituales, todos los bienes que se refieren al alma, como el arrepentimiento de nuestros pecados, la victoria en nuestras tentaciones, ya sean exteriores, como las malas compañías o el demonio, ya sean interiores, como los desórdenes de nuestra carne rebelde: la Misa nos alcanza los socorros actuales, tan necesarios para levantarnos, para sostenernos y hacernos adelantar en los caminos de Dios. La Misa nos obtiene muchas buenas y santas inspiraciones, muchos saludables movimientos interiores, que nos disponen a sacudir nuestra tibieza y nos mueven a ejecutar todas nuestras acciones con más fervor, con una voluntad más pronta, con una intención más recta y pura, lo cual nos proporciona un tesoro inestimable de méritos, que son otros tantos medios eficacísimos, para alcanzar la gracia de la perseverancia final, de la que depende nuestra salvación eterna, y para tener una certeza moral, la mayor posible en esta vida, de estar predestinados a una feliz eternidad.
San Leonardo de Puerto Mauricio. El Tesoro escondido de la Santa Misa.