Un poeta argentino, hace ya muchos años, expresaba su descubrimiento: lo sufrido, lo llorado, lo perdido, tienen sentido si nos condujeron a metas buenas, a reencuentros, a amores que no pasan.
Aquí su poesía:
"Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado.
Si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado".
(Francisco Luis Bernárdez, "Soneto", en "Cielo de tierra", Buenos Aires 1937).
Sí, lo hemos experimentado más de una vez. Lo sufrido y lo llorado adquieren su lugar si descubrimos que nos acercaron a un amor, a una belleza, a un bien más grande.
En palabras cristianas, vale la pena todo lo sufrido para crecer en el amor a Dios y a los hermanos.
Entonces, como el poeta, descubrimos que las flores del árbol tienen vida desde raíces ocultas. O, como enseña Cristo en el Evangelio, reconocemos que el grano de trigo que muere en el surco da mucho fruto... (cf. Jn 12,24).
P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic net