En una Francia convulsa, heredera de la revolución, la intercesión de la Virgen Madre no dejó de brillar aún, cuando todo apuntaba a que la religión católica estaba casi extinta. La aparición de La Salette aconteció en el año 1846, dieciséis años después de la aparición de la Virgen a Santa Catalina Labouré en la Rue de Bac, en París y doce años antes de la aparición de Nuestra Señora Lourdes; vemos pues, una continua llamada de la Virgen María a sus hijos, muestra el gran amor que por nosotros siente.
A pesar de esta impiedad generalizada, nuestra Santa Madre, que jamás abandona a los hijos que a Ella se acogen, quiso manifestarse una vez más en Francia, nación que por derecho e historia ha sido siempre la hija mayor de la Iglesia; en esta ocasión en las montañas alpinas del pueblecito de La Salette, perteneciente al cantón de Corps, Grenoble.
El 19 de Septiembre de 1846, la Virgen se apareció a dos pequeños pastores, Maximin Giraud y Melanie Calvat. "La Bella Dama", como los niños la llamaban, apareció en una actitud de profunda tristeza pidiendo oraciones y penitencia para ayudarla a prevenir que el brazo de su Hijo caiga sobre la humanidad por sus pecados. Nuestra Señora también reveló a los niños pastores un secreto.
La Señora era alta y de apariencia majestuosa. Tenía un vestido blanco con un delantal ceñido a la cintura, no se podría decir que era de color dorado pues estaba hecho de una tela no material, más brillante que muchos soles. Sobre sus hombros lucía un precioso chal blanco con rosas de diferentes colores en los bordes. Sus zapatos blancos tenían el mismo tipo de rosas. De su cuello colgaba una cadena con un Crucifijo; sobre la barra del Crucifijo colgaban de un lado el martillo y del otro las tenazas. De su cabeza una corona de rosas irradiaba rayos luminosos, como una diadema. En sus preciosos ojos habían lágrimas que rodaban sobre sus mejillas. Una luz más brillante que el sol pero distinta a éste le rodeaba.
Le dijo a los jóvenes que la mano de su Hijo era tan fuerte y pesada que ya no podría sostenerla, a menos que la gente hiciera penitencia y obedeciera la Ley de Dios. Si no, tendrían mucho que sufrir. "La gente no observa el día del Señor, continúan trabajando sin parar los domingos. Tan solo unas mujeres mayores van a Misa en el verano. Y en el invierno cuando no tienen más que hacer van a la iglesia para burlarse de la religión. El tiempo de cuaresma es ignorado. Los hombres no pueden jurar sin tomar el nombre de Dios en vano. La desobediencia y el pasar por alto los mandamientos de Dios son las cosas que hacen que la mano de mi Hijo sea más pesada".
Ella continuó conversando y les predijo una terrible hambruna y escasez. Dijo que la cosecha de patatas se había echado a perder por esas mismas razones el año anterior. Cuando los hombres encontraron las patatas podridas, juraron y blasfemaron contra el nombre de Dios aún más. Les dijo que ese mismo año la cosecha volvería a echarse a perder y que el maíz y el trigo se volverían polvo al golpearlo, las nueces se estropearían, las uvas se pudrirían. Después, la Señora comunica a cada joven un secreto que no debían revelar a nadie, excepto al Santo Padre, en una petición especial que él mismo les haría.
La Señora agregó que si el pueblo se convirtiera, las piedras y las rocas se convertirían en trigo y las patatas se encontrarían sembradas en la tierra. Entonces preguntó a los jovencitos: -"¿Hacéis bien vuestras oraciones, hijos míos?". Respondieron los dos: ¡Oh! no, Señora; no muy bien."
-"¡Ay, hijos míos! -agregó la Señora- Hay que hacerlas bien por la noche y por la mañana. Cuando no podáis hacer más, rezad un Padrenuestro y un Avemaría; y cuando tengáis tiempo y podáis, rezad más." Con Su voz maternal y solícita les termina diciendo: "Pues bien, hijos míos, decid esto a todo mi pueblo". Luego continuó andando hasta el lugar en que habían subido para ver donde estaban las vacas. Sus pies se deslizan, no tocan más que la punta de la hierba sin doblarla. Una vez en la colina, la hermosa Señora se detuvo. Melanie y Maximino corren hacia Ella apresuradamente para ver a dónde se dirige. La Señora se eleva despacio, permanece unos minutos a unos metros de altura; mira al cielo, a los ojos de los niños, y se confunde con el globo de luz que la envuelve. Este sube hasta desaparecer en el firmamento.
Melania y Maximino eran constantemente interrogados tanto por los curiosos como por los devotos; pese a todo, ellos implemente contaban la misma historia, repitiéndola una y otra vez. A los que estaban interesados en subir la montaña, les señalaban el lugar exacto donde la Señora se había aparecido. En varias ocasiones fueron amenazados de ser arrestados si no negaban lo que continuaban diciendo. Sin ningún temor y vacilación contaban a todos los mensajes que la Señora había dado.
Surgió una fuente cerca del lugar donde la Señora se había aparecido y el agua corría colina abajo. Muchos milagros empezaron a ocurrir. Las terribles calamidades que fueron anunciadas se empezaron a cumplir. La terrible hambruna de patatas de 1846 se difundió, especialmente en Irlanda donde muchos murieron. La escasez de trigo y maíz fue tan severa que más de un millón de personas en Europa murieron de hambre; una enfermedad afectó las uvas en toda Francia. Probablemente el castigo hubiera sido peor de no haber sido por los que acataron la súplica de la Virgen María en La Salette. Muchos que antes eran indiferentes comenzaron a asistir a la Santa Misa; los negocios del lugar fueron cerrados los Domingos y la gente cesó de hacer trabajos innecesarios el día del Señor, al tiempo que las malas palabras y las blasfemias fueron disminuyendo.