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A CRISTO CRUCIFICADO (Reflexión, oración y poesía)

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Es fácil admirar a los hombres y mujeres que destacan y brillan por cualquier motivo, es fácil situarse detrás de líderes fascinantes, la vida de los famosos se vende en las revistas, ¿pero quién conoce el nombre de los crucificados de nuestro mundo? ¿Quién se interesa por la suerte de los marginados? Y sin embargo, Cristo estuvo entre ellos. El cristiano no puede dejar de lado la cruz del Señor. La cruz fue el suplicio de Jesús y…, ¡es la marca del cristiano!. ¿Por qué pues hemos hecho de la cruz sólo un simple adorno, una joya para nuestros cuellos? ¿Por qué olvidamos tan fácilmente el mensaje y la vida de la cruz? Decimos muy fácilmente que el cristiano es el discípulo de Jesús, que nuestra vida es el seguimiento de las huellas del Señor. Pero cuando en ese seguimiento aparece la sombra de la cruz… ¡ay!… ¡qué pocos continúan! ¡Cuánto nos parecemos a aquella semilla que cayó en terreno pedregoso, que brota enseguida, pero que al llegar la tribulación, sucumbe! ¡Qué poco cuenta la cruz en nuestros planes personales!

Y sin embargo, Cristo, de quien decimos que es nuestro Señor, está en la cruz. “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alardes de su categoría de Dios”. Cristo era Dios, pero se presentó como un hombre cualquiera. Más aún, ni siquiera hizo alardes de su categoría. Nosotros no somos, pero alardeamos. Qué bien se nos podría aplicar el refrán: “Dime de lo que presumes, te diré de lo que careces”. La vida de Jesús es paradigmática para nosotros. Pero en este sentido, y más aún que la vida, el modelo para nosotros es su propia muerte: “Y así, actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte” e inmediatamente Pablo añade de su puño y letra: “y muerte de cruz”. No una muerte cualquiera, sino la destinada a los malhechores, a los delincuentes. ¿Quién podría pensar que el crucificado era el salvador del mundo? ¿Quién podría pensar que en la cruz estaba clavada la salvación del mundo?. El escándalo de la cruz. “Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1 Cor 1,23). Así expresa Pablo la reacción espontánea de todo hombre puesto en presencia de la cruz redentora. Los discípulos lo abandonaron y huyeron. ¿Y nosotros? ¡Cuántas veces hemos dulcificado el mensaje de la cruz!. ¡No terminamos de creer que la cruz está en el designio salvífico de Dios! Ojalá a nosotros se nos abrieran los ojos, como a los discípulos de Emaús, para saber reconocer al crucificado. Ojalá comprendiésemos que el conocimiento de la cruz es fuerza de Dios y sabiduría de Dios (cf. 1 Cor 1,18-24). Pablo exhortaba a todas sus comunidades a someterse al mensaje de la cruz, a tener un modo de pensar y actuar caracterizado por la cruz de Cristo; exhortación a abandonar el poder, la fama, los privilegios los propios intereses, como él mismo lo hizo. Quien no lo hace así, quien va tras lo terrenal y cuyo caminar no está movido por el mensaje salvífico de la cruz es, según nos dice Pablo en la carta a los Filipenses, enemigo de la cruz de Cristo: “su final será la perdición, su dios, el vientre; se enorgullecen de lo que debería avergonzarlos y sólo piensan en las cosas de la tierra” (Flp 3,17-19).

Pero nosotros los cristianos, debemos ser los amigos de Jesús, y por tanto, amigos de la cruz. Es la invitación que Jesús nos hace en el Evangelio: “El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga” (Lc 9,23).

«Cargar con la cruz» significa hacer el mismo camino que Jesús y ello comporta tres grandes exigencias: el discípulo debe, en primer lugar, negarse a sí mismo, es decir, convertirse de raíz, renunciando a sus propios criterios humanos para asumir los criterios de Dios, que no pocas veces trastocan nuestros juicios y valoraciones. En segundo lugar, debe proyectar su vida en términos de donación, no de posesión; el que apuesta toda su existencia por el tener queda empobrecido en el ser; sólo una vida de entrega y solidaridad es vida en plenitud, porque en su entramado más profundo el hombre está hecho de amor. El discípulo, en tercer lugar, debe testimoniar valientemente su fe, incluso cuando ello le acarree burlas, ultrajes y persecuciones; la fe es una fuerza que ha de regir toda la existencia del cristiano, y no es posible deshacerse de ella a la hora de la prueba.

La cruz, la auténtica, siempre ha sido y será escándalo y necedad. Sólo los humildes y los crucificados pueden entenderla. Y quien la entienda y la viva será el auténtico cristiano.

ORACIÓN

Padre, ilumina nuestra vida con la luz de Jesús, quien no vino a ser servido, sino a servir. No permitas que desfiguremos el rostro auténtico de Jesús. No dejes que, cobardemente, rehuyamos la cruz. La cruz es dura, y no la soportamos, por eso, danos tu gracia, sé, hoy, nuestro Cireneo, oh Señor. Que nuestra vida sea como la de Él: servir. Grano de trigo que muere en el surco del mundo. Oh, Jesús, Buen Señor, que das la vida por los hombres, permítenos asociarnos al misterio de tu cruz.




A CRISTO CRUCIFICADO*
(poema de José Ma. Pemán)

Cuerpo llagado de amores, 
yo te adoro y te sigo
Señor de los Señores, 
quiero partir tus dolores 
subiendo a la cruz contigo, 
quiero en la vida seguirte,  
y por sus caminos irte alabando
y bendiciéndote...
y bendecirte sufriendo... 
y muriendo, bendecirte...

Quiero Señor en tu encanto
tener mis sentidos presos, 
y unido a tu cuerpo Santo, 
mojar tu rostro con llanto, 
secar tu llanto con besos. 
Señor, aunque no merezco 
que Tú escuches mi quejido, 
por la muerte que has sufrido 
escucha lo que te ofrezco, 
y escucha lo que te pido: 

A ofrecerte, Señor vengo mi ser, 
mi vida, mi amor, mi alegría, mi dolor´ 
cuanto puedo y cuanto tengo 
cuanto me has dado, Señor, 
y a cambio de este alma llena de amor 
que vengo a ofrecerte, dame una vida serena 
y una muerte santa y buena...

*Fragmento de "Ante el Cristo de la Buena Muerte"


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