“¿No sentís vuestros pecados? Y sí los veis, ¿os enmendáis? Pues entonces, ¿no estaréis muertos, ya que carecéis de sensibilidad? Ningún estado tan espantoso como aquél en que uno es insensible al pecado” Julian Eymard
Preparando un artículo de Gilmar Siqueira en el que habla de su propia experiencia tras unos años sin confesarse, me hizo pensar que si alguien, aparentemente tan puro como Gilmar, puede tener esas caídas, ¿Qué no tendremos los demás? Me quedé pensando en mi misma y en tantas infidelidades al Señor, pero sobre todo lo que me llevó a escribir este artículo es proponer al que no lo haya hecho aún, que se confiese y nada mejor que este tiempo de Cuaresma para lanzarse a la tarea.
¿Lleva Vd. mucho tiempo sin confesarse, hace meses, hace años? ¿Quizás no se ha confesado desde la primera Comunión? Cada uno arrastra su propia historia y da igual cual sea, ¡Anímese hoy mismo a entrar en una Iglesia y confesar!
No tengo pecados, no he matado, no he robado, no me gusta el sacerdote de mi parroquia y un largo etc. son las disculpas que uno mismo lanza a su conciencia porque al fin y al cabo, a los demás poco les importa si nos confesamos o nos dejamos de confesar, salvo que, verdaderamente, le importemos a alguien. Por lo tanto, si yo les animo a Vds. a confesarse es porque me importan y aún sin conocerlos de nada.
¿Vds. nunca han discutido con un hijo, con un padre, con el esposo, con un hermano…? Cuando eso sucede, el mejor momento viene tras el perdón, cuando nos sonreímos y decimos esa frase tan española de “pelillos a la mar” y todo vuelve a su sitio. Yo, hay reconciliaciones que las recordaré todo mi vida porque para mi han sido un regalazo: amigos con los que no debería haber discutido, hermanos a los que debería haber respetado, madre a la que no debería haberle contestado, mi esposo al que no tendría que haber ofendido y así suma y sigue. ¡Qué difícil es pedir perdón pero que bien se siente uno después de decirlo! Hay que pedir perdón a la persona que hemos ofendido con nuestra actitud y al mismo Dios y para ello está el Sacramento de la Confesión.
Una falta lleva a otra falta y un pecado lleva a otro pecado y lo que es peor, esas situaciones se van minimizando y llega un momento, en el que se trivializa el pecado y salvo que el pecado concuerde con un delito civil, uno se queda como si nada.
¿Qué sucedería si dejáramos de lavar los platos y cubiertos que tenemos en nuestra casa? Se quedarían en el fregadero llenándose de suciedad, cada día más y más mugre sobre ellos y nosotros no podríamos comer porque no tendríamos con qué hacerlo. Suciedad y hambre. Podríamos comer con las manos como gorrinos…esta situación es similar al estado del alma cuando dejamos de confesarnos, se ensucia y se queda con hambre porque no está Dios con ella y si está, no es con las disposiciones que deberíamos tener.
¿Por qué deja uno de confesarse? Esta debería ser la primera pregunta que nos contestáramos. ¿Por qué he dejado de confesarme, es por mi propia dejadez o quizás es porque no hay confesores en las parroquias? Si la respuesta es esto último, lo primero hable con su Obispo, para esto están entre otras cosas y expóngale el nombre de la parroquia y dígale que nunca hay sacerdotes confesando, ¡hágalo sin miedo!
Si la razón es que sí hay confesores pero a Vd. no le gustan, recuerde que el Sacerdote opera in persona Christi, da igual como se llame, como sea su físico, con tal de que sea un Sacerdote de la Iglesia Católica, nos puede perdonar en nombre del Señor.
“No hay remisión de pecados sin sacerdote, ni Eucaristía sin el sacerdocio, ni caridad sin este foco eucarístico que la alimente sin cesar, quien no tiene fe en el sacerdote está perdido” (Julian Eymard)
¿Cree Vd. no tener pecados? Les cuento una historia en primera persona. Cuando acudo a confesarme suelo coincidir con una mujer de la que, sólo observándola, he aprendido mucho. Cuando la veo allí pienso, “ella tan santa y aquí está”. Veo como antes de entrar, quita una diminuta libreta y se centra en lo que supongo que es el repaso de su examen de conciencia, no habla con nadie, parece centrada sólo en Dios hasta que llega su turno. Esta imagen tan pura me lleva a recordar mi camino hasta la Iglesia en el cual, quizás ya me he encontrado a alguna persona y sin darnos cuenta o conscientemente ya hemos hablado mal de alguien. O quizás he ido en coche, rápido porque llegaba tarde y he puesto en peligro la vida de otras personas y la mía misma, o tal vez he contestado mal por esa prisa que llevaba y en vez de quedarme escuchando a alguien que necesitaba consuelo, me he marchado como el mic mic correcaminos…faltas y pecados que me llevo conmigo al confesonario…faltas y pecados que el que no se confiesa va acumulando…faltas y pecados que hacen de mi alma un vertedero y del mundo, un estercolero. ¿No hablamos de ecologismo y todos estos temas tan de moda? Pues empecemos por no contaminar con nuestro propio interior el exterior.
Alguna vez me han dicho «qué pecados vas a tener tú», pues miren sí, no los voy a contar públicamente pero los tengo veniales, mortales y faltas y por si quedan dudas no he robado un supermercado, no he matado y tampoco soy escrupulosa, es decir, tengo claro lo que es materia de pecado y lo que no, así que cada uno, haga un ejercicio de sinceridad con su propia alma.
No quiero alargarme mucho porque las estadísticas dicen que cada vez se lee menos, así que si Vd. ha llegado hasta aquí y se confiesa habitualmente, simplemente felicidades pero puede hacer algo más, hable de esto a otras personas. Si su caso es que no se confiesa, no lo dude, acabe hoy mismo con esa situación, abra su corazón y oxigene sus arterias, deje entrar la Gracia de Dios en esa pequeña cavidad que rige nuestro cuerpo.
Recuerdo un Sacerdote muy querido que siempre me decía, “de noche, simplemente estas tres preguntas, qué hice bien, qué hice mal, en qué puedo mejorar”…hagan todas las noches este breve cuestionario y verán que para la canonización aún nos falta bastante, sin embargo, para pedir perdón, tenemos materia diaria. ¡Ánimo y adelante!
Sonia Vázquez
Marchando Religión