Una vez cuando viajaba en el avión del lado de la ventanilla, viendo a la altura que me encontraba me pregunté: ¿Qué pasa si el avión cae y Dios me pide cuentas de mi alma en este preciso instante? ¿Estoy preparado para ir a su encuentro?
Hay veces que vivimos nuestra vida como si nunca fuésemos a morir. Sin embargo, la muerte en el cristiano debe estar siempre presente ya que cada día de vida que el Señor nos regala debe ser usado para la salvación de nuestra alma.
Pensemos que es lo que querríamos hacer si supiéramos a ciencia cierta que hoy es el último día que el Señor no da en esta tierra. ¿Cómo querría terminar mi vida? ¿Pecando o viviendo santamente? Por eso, no tardemos en convertirnos. Hagámoslo hoy, ya que mañana puede ser muy tarde. Hoy es el día de confesarse si no estoy en gracia de Dios, no mañana. Hoy es el día de perdonar si todavía no lo hice, mañana puede que ya no respire más. Hoy es el día de ser fiel a Dios, no mañana, pues no tenemos asegurados ni los próximos cinco minutos.
Alguno pensará: usted es muy trágico. Pues más trágico es vivir la vida alejado de Dios y en el pecado, que pensando en la muerte en orden a vivir en gracia.
Es obvio que nuestra vida no la tiene que guiar el miedo. No debemos pecar, no porque nos vayamos a ir al infierno, sino porque Dios nos amó primero y murió en la cruz por nuestra salvación. El amor de Cristo crucificado nos debe llevar a ser santos. Sin embargo, como decía San Ignacio: si el amor falla, el temor ayuda. Pensar en el infierno y en la muerte puede ayudar a nuestra conversión, aunque tenemos que tratar de superar esa etapa. Si solo evitamos el pecado por miedo al infierno, somos esclavos, no hijos. En cambio, si evitamos el pecado por amor del Omnipotente (es decir, por temor filial), nos comportamos como hijos de Dios, dignos del bautismo que hemos recibido.
Que la Virgen María nos conceda la gracia de vivir cada día como si fuese el último, y que nuestro corazón solo le pertenezca a Jesucristo.
Bendiciones nuevamente!
Padre Tomás Beroch