EL PELÍCANO, FIGURA DE JESÚS
"Señor Jesús, bondadoso Pelícano,
límpiame a mí, inmundo, con tu sangre;
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero".
Himno Adorote devote.
El pelícano es desde los primeros años de nuestra era uno de los símbolos que usaban los primeros cristianos para referirse a Jesús. Uno de los motivos, y quizá el más relevante, era la creencia que había en aquella época de que los pelícanos adultos, si no habían conseguido pescar, se inmolaban o al menos desgarraban su piel y daban su propia carne y su propia sangre para alimentar a sus crías.
De modo similar, Jesús se deja prender y crucificar por la Redención de todos nosotros. San Isidoro de Sevilla, en su obra “Etimologías” deja constancia de la amplia difusión de esta vinculación en aquella época.
El hecho de alimentar a sus hijos con su propia carne y su propia sangre, también vinculó al pelícano con la propia Eucaristía. El pan y el vino, a través de la transubstanciación, se convierten real y verdaderamente en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús, alimento para el alma de los cristianos.
Así como las crías del pelícano no podrían sobrevivir sin el alimento que les da su madre, así los cristianos debemos comer y beber dignamente (es decir, en gracia SANTIFICANTE, una vez confesados) el Cuerpo y la Sangre de Cristo presentes, junto con su Alma y Divinidad, en la Eucaristía.