“La mejor prueba de amor es el ser capaz de sufrir por quien se ama, con diligencia y buen ánimo. El egoísmo, el no-amor, o, el amor solo orientado a sí mismo, es justamente la prueba de lo contrario. Solo el niño está pendiente, y dependiente, del amor que vuelcan sobre él los que le aman. Somos adultos en la medida en que abandonamos los caprichos de la niñez y aprendemos a sufrir la renuncia de sí mismo. Allí comenzamos a madurar, a ser responsables. A no exigir solo “derechos” y aprender a afrontar los deberes. El amor es siempre un salir de sí. El amor siempre es difusivo, tiende a darse. No es el amor un “sentimiento” o un “estado de ánimo”, no es sentirse siempre “feliz”. Eso es cursi y superficial y caprichoso (en el sentido de pasajero) además de ser siempre otro de los disfraces del egoísmo. El amor es desear, y hacer, lo que es bueno para el amado. Querer el bien del amado. Lo bueno para el amado no es siempre lo que le agrada a éste, aunque, a veces, puedan coincidir las dos cosas. Por lo tanto, para amar bien, antes es necesario saber lo que es el bien y, luego, tener el coraje (coraje viene de “cord” = corazón) de renunciar a sí mismos, si es necesario, (siempre es necesario) para lograrlo. Los fracasos del amor, hoy, son los triunfos del egoísmo. Las victorias del amor siempre van acompañadas de la derrota del amor a sí mismo. No hay amor sin ese desgarro.”
Carlos Pérez Agüero