En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acabamos de hacer la señal de la Santa Cruz, pronunciando el Nombre del Espíritu Santo, verdadero Dios, Eterno, infinito, igual al Padre y al Hijo.
También adoramos a la tercera Persona de la Santísima Trinidad cuando rezamos el Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Pero ¡quizás son las únicas oraciones en que invocamos explícitamente y regularmente al Espíritu Santo.
De hecho, muchas veces, el Espíritu Santo, en general, es un gran Desconocido. Tal vez porque es la Persona divina “más misteriosa”, aún más que el Padre, a quien rezamos muchas veces el “Padre nuestro” y del cual Nuestro Señor habla varias veces en el Evangelio; y más que el Hijo que se hizo hombre.
Pero el Espíritu Santo es verdadero Dios, y su misión es de una suma importancia para nosotros: Santifica nuestra alma, la adorna con sus Dones y frutos: ¡“Somos los Templos del Espíritu Santo”!, afirma San Pablo. Somos como tabernáculos vivos. “Dios, cuya Belleza llenaría mil mundos, se oculta en la pequeña habitación de mi alma”, escribió Santa Teresa de Jesús.
Ya en el Antiguo Testamento, el Libro de la Sabiduría evoca al ESPÍRITU SANTO “educador, que rehuye el engaño, se aleja de los pensamientos vacíos” , un Espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo” …
“Por causa de nuestra unión con el Espíritu Santo, participamos de la naturaleza incomprensible de Dios”, dice San Cirilo.
“Él diviniza nuestra alma”.
Hemos recibido al Espíritu Santo en nuestro Bautismo, y en el día de nuestra confirmación Lo hemos recibido con la plenitud de sus Dones, especialmente el Don de Fortaleza, tan necesario hoy en día. Y también en cada comunión, la tercera Persona Divina viene a iluminar, fortalecer y consolar nuestro corazón.
¡Sin embargo, dirigimos tan raramente, por no decir nunca, una oración al Divino Huésped de nuestra alma!
Al primer dolor que sentimos en nuestro cuerpo, llamamos al médico o tomamos un remedio. Pero al Médico celeste, que tanto cuida de nosotros, ¡le prestamos tan poca atención! ¡Y peor, aún: quizás hayamos rechazado varias veces al Espíritu Santo por el pecado mortal, o, por lo menos, no hayamos seguido sus inspiraciones ni pedido su ayuda en momentos importantes de nuestra vida!
Nuestro Señor Jesucristo Lo llama: “el Consolador”, “el Abogado”; y Su Potencia es infinita, Su Sabiduría, divina, Sus Dones maravillosos y tan necesarios para nuestra santificación y nuestra salvación:
1. El Don de Sabiduría nos hace “saborear” a Dios, la Vida íntima de la Santísima Trinidad. La virtud de prudencia nos hace elegir los mejores medios para llegar a la Felicidad, el Don de sabiduría nos hace contemplar la propia Felicidad. Francisco de Fátima, por ejemplo, cuando rezaba la oración del Ángel “Santísima Trinidad…”, entraba en una profunda contemplación que lo sustraía de las cosas de la tierra. O San Bruno, que sólo acertaba a repetir en sus meditaciones: “O Bonitas”, “O Bonitas”, “Oh Bondad, Oh Bondad divina”.
2. El Don de Entendimiento nos hace penetrar en los misterios de Dios aunque superen la capacidad de nuestra inteligencia humana. Los grandes Doctores de la Iglesia (Santo Tomás de Aquino, San Agustín…) lo poseían en grado elevado, pero también cada cristiano puede recibir, por Él, grandes luces sobre los misterios de la Cruz, de la Santísima Eucaristía, de Nuestra Señora, etc. E incluso sobre la situación actual de la Iglesia.
3. El Don de Ciencia nos hace ver las cosas como Dios las ve, las dirige… San Francisco de Asís comprendía tan bien que somos pobres criaturas, entre las demás criaturas de Dios, que las llamaba “hermana agua”, “hermano sol”, “hermano fuego”, etc.
4. El Don de Consejo es una “Prudencia superior, divina”, la que llenaba, por ejemplo, a San Juan Bosco, cuando cuidaba y dirigía a los jóvenes en el camino de la santidad. Este don es particularmente importante para los padres, los educadores cristianos y los sacerdotes, pastores de almas…
5. El Don de Fortaleza es el que suscita a los mártires. También ayuda muchísimo a perseverar cuando las circunstancias son difíciles: los católicos fieles a la Tradición necesitan esta fortaleza para seguir siendo constantes e inquebrantables en el camino de la fe y de la caridad, virtudes tan relativizadas hoy en día.
6. El Don de la Piedad nos hace considerar a Dios como nuestro Padre y nos da una total confianza en Su Providencia. Toda la vida de Santa Teresita ilustró este Don hasta su entera consagración al Amor Misericordioso.
7. Por fin, el Don de Temor de Dios es el temor de ofenderlo y de entristecerlo por el pecado: “¡Antes morir que pecar!”(1), decía Santo Domingo Savio. Evitar el pecado solamente por temor del infierno, es por supuesto menos perfecto que evitarlo por Amor a Dios. Eso no es fácil: el Don del temor a Dios nos dará esta facilidad.
Nuestra alma es como un barco que se dirige hacia el Cielo:
Una estrella la protege contra las olas peligrosas del mundo y la mantiene en el camino del Cielo, la “Stella maris”, la Estrella del mar, la Santísima Virgen; los remos designan el ejercicio laborioso de las virtudes; la quilla, sin la cual el barco no se mantendría estable, es la humildad, fundamento de todas las virtudes; la esperanza es nuestra ancla; la fe, el Magisterio de la Iglesia, es nuestro timón, que nos guía con seguridad entre los engaños del mundo; en fin, nuestro Capitán es Nuestro Señor Jesucristo, la Caridad infinita. Y los Dones del Espíritu Santo son para nuestra alma como las velas del barco: ¡es mucho más fácil navegar a toda vela que utilizar los remos! Si supiéramos dejarnos conducir por el soplo del Espíritu Santocon la docilidad de una vela o de una pluma movida por el viento, nuestra vida cristiana se facilitaría considerablemente; evitaríamos muchos pasos en falso, errores, pecados, vanidades, dudas, ilusiones, temores y retrasos (a la santa Misa, por ejemplo); ¡volaríamos como pájaros en la obra de nuestra salvación y de la salvación de nuestro prójimo! El Espíritu Santo apareció y se representa en forma de una paloma y de lenguas de fuego, no de una tortuga.
Que Nuestra Señora, la Esposa del Espíritu Santo, nos inspire entonces, en este tiempo de Pentecostés, una mayor devoción y docilidad al Espíritu Santo.
Ave María Purísima. En Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Nota:
1. Es también el lema de la Bretaña: “Potius mori quam foedari”. Tiene por origen una hermosa leyenda: Un cazador, a caballo, perseguía un hermoso armiño, con un pelaje todo blanco; de repente, el animalito llegó a un charco lleno de lodo. No podía atravesarlo sin ensuciarse. Entonces, prefirió que el cazador lo matase con una flecha. El caballero, viendo eso, le perdonó la vida: ¡“Antes la muerte que una mancha”, “antes morir que pecar”, “Potius mori quam foedari”!