Su Hijo va aplastado por el madero pesado, las piernas le flaquean, los hilos de sangre que le corren por la frente le ciegan los ojos, tan agotado está que los verdugos temen se les muera en el camino. Así le encontró su madre.
Al pasar frente a ella, Jesús se detiene un instante y la mira a través de un velo de sangre. La Madre dirige los ojos hacia su Hijo y le mira a través de un velo de lágrimas. No pueden hablar, no se los permiten. Se hablan con la mirada.
El alma del Hijo dice a la Madre:
"Madre mía, ya sabes a dónde voy. He venido al mundo para redimir a los hombres con mis sufrimientos y mi muerte. Ha llegado la hora del sacrificio. Quiero que me acompañes. Tienes que estar conmigo en el altar de la expiración: yo ofreciendo el sacrificio de mi vida, tú ofreciendo el sacrificio de tu corazón".
María entiende la mirada de su Hijo; y con la suya repite, una vez más, el «fiat» que pronunció al aceptar la maternidad:
"Que se cumpla en mí la Voluntad de Dios. Jesús".
Empieza a caminar de nuevo. María va detrás de Él, con el alma destrozada.
¡¿Qué madre se ha atrevido a presenciar la ejecución de su propio hijo?!
📚 𝘌𝘹𝘵𝘳𝘢𝘤𝘵𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘭𝘪𝘣𝘳𝘰 𝘙𝘦𝘵𝘳𝘢𝘵𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘝𝘪𝘳𝘨𝘦𝘯 (Eᴄᴄᴇ Mᴀᴛᴇʀ ᴛᴜᴀ) 𝘥𝘦 𝘑𝘶𝘢𝘯 𝘙𝘦𝘺
La vida de la dulcísima Virgen ha sido un perenne «fiat». ¿Tú también estás dispuesto a dar tu «fiat» a la Voluntad de Dios?