Hoy la Iglesia Católica celebra la memoria de todos los fieles difuntos. El mes de Noviembre comienza con la Solemnidad de todos los santos, que la hemos festejado en el día de ayer. Los santos (tanto los canonizados como los no canonizados) están definitivamente en el cielo, y nosotros cuando los recordamos simplemente pedimos que intercedan por nosotros ante el Padre Celestial, ya que nuestra peregrinación terrena aún no a terminado.
¿Porqué estamos rezando por los muertos? Por dos razones: la primera es porque seguramente ellos necesitan nuestras oraciones. Salvo los santos que están en el cielo y los condenados en el infierno, todos los demas muertos necesitan de nuestras oraciones. Los santos no necesitan que recemos por ellos ya que gozan de la visión beatífica, los condenados tampoco necesitan nuestras oraciones ya que han tomado la decisión definitiva de rechazar a Dios para siempre, es por eso que están en el infierno. Ahora bien, nosotros no sabemos donde están nuestros muertos. A menos que la Iglesia haya canonizado a alguno de nuestros difuntos, no podemos decir que sabemos si están en el cielo, en el infierno o en el purgatorio. Podemos intuir que una persona que vivió “externamente” toda su vida según los mandamientos divinos seguramente está gozando de la visión beatífica. Sin embargo, a menos que la Iglesia la haya canonizado, no tenemos certeza de ello. En el caso de los condenados, no podemos afirmar en ningún caso que tal o cual persona está en el infierno. La Iglesia canoniza, pero no condena. Se sabe que los santos que están canonizados están en el cielo, pero no se sabe quienes son los que están en el infierno. Lo que sabemos es que el infierno no está vacío. Hay hombres y mujeres que están condenados allí, y ciertamente no son pocos. Lo cierto es que por los santos del cielo y los condenados no es necesario rezar. Ahora bien, ¿Por quienes se reza? Por las almas del purgatorio. Es una verdad de fe que para ir al cielo directamente sin pasar por el purgatorio hay que morir totalmente unido a Dios y libre, sea del pecado como la afección al mismo. San Juan Apóstol en el libro del Apocalípsis dice: “Nada impuro podrá entrar en el paraíso” (Ap. 21; 27). Hay una gran cantidad de personas que, obviamente, no viven y mueren con una vida radicalmente unida al Señor y desapegada de todo pecado o desorden. Puede que esas personas mueran en gracia de Dios gracias a la confesión sacramental. Sin embargo, como su afección al pecado todavía permanece y su unión al Omnipotente no es total, deben ser purificadas antes de entrar en el paraíso. Las almas de los difuntos que necesitan ser purificadas van a un lugar que la Iglesia a llamado tradicionalmente “purgatorio”. La palabra “purgatorio” viene del término latino “purgare” que significa “purificar”.
Algunos grupos protestantes dicen que el purgatorio no existe, que es un invento de la Iglesia Católica, y por lo tanto sería un absurdo rezar por los difuntos. Sin embargo, estos grupos protestantes con su opinión contradicen no tanto a la Iglesia Católica, sino a la misma Sagrada Escritura. Si vamos al Antiguo Testamento, el Segundo libro de los Macabeos, que fue escrito unos 140 años antes del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, hace referencia al purgatorio. En el segundo libro de los Macabeos se muestra claramente como los judíos ofrecían sacrificios en reparación por los pecados de los judíos muertos que habían traicionado al Señor conspirando con los griegos quienes deseaban destruir el Templo y la fe de Israel. De hecho, el autor sagrado escribió lo siguiente: “Y después de haber recolectado entre sus hombres unas dos mil dracmas, las envió a Jerusalén para que se ofreciera un sacrificio por el pecado. El realizó este hermoso y noble gesto con el pensamiento puesto en la resurrección, porque si no hubiera esperado que los caídos en la batalla iban a resucitar, habría sido inútil y superfluo orar por los difuntos. Además, él tenía presente la magnífica recompensa que está reservada a los que mueren piadosamente, y este es un pensamiento santo y piadoso. Por eso, mandó ofrecer el sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran librados de sus pecados” (2 Mac 12, 43 – 45). También el Nuevo Testamento habla del purgatorio. Nuestro Señor habla del pecado contra el Espíritu Santo y dice lo siguiente: “Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el futuro” (Mt 12, 32). San Juan Apóstol en su primera carta dice que este pecado no necesariamente es mortal, pero nuestro Señor dice claramente que este tipo de pecados se pagan en el mundo futuro. Se está haciendo alusión al purgatorio. Por lo tanto, el purgatorio no es un invento de la Iglesia Católica como dicen algunos protestantes, sino que está fundamentado en las Sagradas Escrituras.
En los primeros siglos de cristianismo también estaba la tradición de rezar por los muertos. Debajo de la Basílica de San Pedro hay una ciudad de los muertos (donde había un templo pagano), que fue descubierta hace unos 70 años. En el siglo IV el emperador Constantino mandó a enterrar esa ciudad y construir encima de ella la antigua Basílica de San Pedro (que no es la basílica que tenemos en la actualidad, estamos hablando de la primera basílica construída por Constantino). Constantino mandó a construir la basílica justo arriba de la tumba del primer Papa, el Apóstol San Pedro, quien había sido enterrado en esa necrópolis. Sin embargo, antes de destruir esa ciudad de los muertos, Constantino les permitió a las familias paganas sacar a sus difuntos de allí y trasladarlos a otra necrópolis, antes de que esta sea destruída para dar lugar a la Basílica de San Pedro. De esa manera, los paganos podrían seguir visitando la tumba de sus muertos. Muchos de ellos trasladaron a sus difuntos a otra necrópolis. A su vez, los cristianos hicieron otra cosa: desenterraron a sus difuntos y los volvieron a enterrar cerca de la tumba del Apóstol San Pedro, esperando que la cercanía al cuerpo del Apóstol les ayudara a purgar sus pecados si todavía no lo habían hecho. Los cristianos creían que San Pedro, desde el cielo, intercedería más fuertemente por sus “vecinos de tumba”, que junto con Él esperaban la resurrección de los cuerpos. Cuando en 1940 se descubrió la ciudad de los muertos que se encontraba debajo de la Basílica de San Pedro, junto con esta necrópolis se encontraron varias tumbas alrededor de la tumba del Apóstol San Pedro con inscripciones que habían dejado los cristianos, pidiéndole a San Pedro que intercediese por el alma de sus “vecinos”. Una de las inscripciones decía en latín lo siguiente: “Pedro, ruega a Cristo por todos los santos cristianos, tanto hombres y mujeres, que están enterrados cerca de tu cuerpo”. Este descubrimiento arqueológico testimonia claramente que en la Iglesia primitiva existía el culto a los fieles difuntos. Se le está pidiéndo a Pedro que “ruegue” a Cristo por los hombres y mujeres enterrados cerca de su tumba. Obviamente que los cristianos de aquel tiempo tenían en mente que quizás sus difuntos estarían en el purgatorio, ya que de lo contrario no tendría sentido que le pidiésen a Pedro oraciones por sus difuntos, ya que si están en el cielo o en el infierno, no las necesitan.
La segunda razón por la cual es necesario rezar por los difuntos es porque, rezando por ellos, uno puede acortar su tiempo de purificación. Se cuenta que en Inglaterra, por el año 1300, dos sacerdotes que vivían juntos habían hecho un pacto: cuando uno de los dos muriese, el otro lo más rápidamente posible deberá rezar la Misa por su alma. Y así sucedió. Uno de los sacerdotes murió, y el otro a los diez minutos de la muerte de su colega estaba celebrando la Misa en sufragio por su alma. Terminada la Misa, el sacerdote muerto se le aparece y le dice: “gracias, estuve diez minutos en el purgatorio y ahora estoy en el cielo. En esos diez minutos sufrí como si hubiesen sido diez años, pero la Virgen me dijo que si no hubiese sido por tu celebración eucarística, yo hubiese estado en el purgatorio por 200 años. Con el Santo Sacrificio de la Misa ayudaste a que mi purificación sea mucho más veloz. Gracias e intercederé por ti delante del Padre Celestial”. El Catecismo de la Iglesia Católica dice también: “Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios”(CCC 1032). Ofrecer las oraciones y sobre todo el Santo Sacrificio de la Misa por los difuntos es un gran acto de caridad, ya que acortamos su tiempo de purificación y los ayudamos a llegar más rápidamente a la visión beatífica.
Finalmente, hay que agregar otra razón por la cual hay que rezar por los difuntos. Para explicarla, daré un ejemplo gráfico. Los frailes capuchinos de los Estados Unidos tenían en su celda una cadavera con la siguiente inscripción: “como tú te ves, yo me he visto. Como yo me veo, tú te verás”. Todos nacemos con una sentencia de muerte, ya que lo que se puede decir de un niño que nace es que va a morir. Nada es seguro cuando nacemos. Solo Dios sabrá que cosa será de nuestra vida, no se sabe si seremos abogados, mendigos, ricos o pobres. Solo una cosa es segura: quien nace, a la larga o a la corta deberá morir. Ni bien moriremos, nos veremos cara a cara con Dios, que nos juzgará según nuestras obras, sobre todo según la caridad que hayamos tenido en esta vida. Dios es infinitamente misericordioso, Él mismo nos amó tanto que se hizo hombre y murió en la cruz por cada uno de nosotros. Si tenemos alguna duda del amor que Dios nos tiene, debemos mirar un crucifijo. El Señor dio hasta la última gota de sangre por nosotros. De todos modos, el Señor también es infinitamente justo, y dará a cada hombre lo que merece según sus obras. A quien lo rechazó para siempre, le dará el infierno (por elección pura y exclusiva del condenado, ya que Dios no lo quería condenar); a quien se unió con Él en esta vida, abandonando el pecado y toda afección a el, le dará el paraíso; y a quien murió en gracia pero no purificado totalmente, lo mandará un tiempo al purgatorio hasta que esté en condiciones de ir al cielo. El Señor nos dará lo que merezcamos según nuestras obras. Es por eso que debemos estar siempre preparados, porque no sabemos si nos visitará esta misma noche o de acá a varios años. Sin embargo, puede suceder que nos salvemos pero que tengamos que purificarnos en el purgatorio. Entonces, puede que nosotros, alguna vez NECESITEMOS DE LAS ORACIONES DE LOS FIELES CATÓLICOS. He aquí la razón que agregamos para rezar por las almas del purgatorio: si nosotros hemos sido generosos con estas pobres almas y hemos ofrecido Misas por ellas, las hemos encomendado en nuestras oraciones y las hemos tenido presentes en nuestros sacrificios y penitencias, cuando nosotros estemos en el purgatorio y ellas en el cielo, tendremos ante el Padre Celestial varios intercesores que nos ayudarán a acortar nuestro tiempo de purificación. Quien es generoso con las almas sufrientes del purgatorio, ganará muchos amigos y amigas que lo ayudarán a llegar más rápidamente a la visión beatífica. Con este motivo, uno podría decir que reza por las almas del purgatorio, pero simplemente por conveniencia. Puede ser, pero es una “santa conveniencia”, ya que la caridad con caridad se paga. Si uno tiene caridad con las almas del purgatorio, es justo que estas paguen con la misma moneda. Ergo, en este caso es una conveniencia no mundana sino más bien “sagrada”.
En esta Santa Eucaristía, pidámosle a la Santísima Virgen María por las almas de todos los fieles difuntos, para que puedan finalizar su purificación lo más rápidamente posible y así llegar al paraíso donde gozarán para siempre de la visión beatífica. Pidamos también la gracia de nunca perder la devoción hacia las almas del purgatorio, ya que rezar por ellas es una de las mayores obras de caridad que el cristiano puede hacer. Que así sea.
P. Tomás A. Beroch